
Cuando Mario Vargas Llosa publicó “La fiesta del chivo” en el año 2000, no solo escribió una de las novelas más importantes de su carrera, sino que además realizó una profunda radiografía del alma herida de un país: la República Dominicana.
Esta obra no fue simplemente una solaz literaria del régimen de Rafael Leónidas Trujillosino una intervención novelística cargada de memoria, consejo y crítica en dirección a los enseres devastadores de una dictadura que marcó generaciones.
Desde el título, que hace referencia a los apodos y eufemismos con los que el pueblo se refería al dictador, Vargas Llosa dejó claro que estaba dispuesto a cavar en los rincones más oscuros del poder totalitario.
Lo hizo con un rigor que le exigió primaveras de investigación, visitas al país y conversaciones con sobrevivientes y estudiosos del trujillismo. Pero además lo hizo desde la sensibilidad de un escritor comprometido con la sencillez y con la responsabilidad de contar lo que muchas veces se prefiere olvidar.
El origen de un interés
A pesar de ser peruano, Vargas Llosa tuvo desde siempre una específico sensibilidad en dirección a los procesos políticos y sociales del Caribe.
En varias ocasiones ha dicho que el caso de Trujillo le fascinó por su carácter extremo.
“Pocas veces un dictador ha acabado penetrar tanto en la vida íntima de un pueblo como lo hizo Trujillo con los dominicanos”, comentó en una entrevista.
“Ellos son régimen no solo fue una maquinaria de representaciónfue además una forma de deformar la vida cotidiana, de contaminar la ética, el jerga, el afecto”.
Para él, escribir esta novelística fue una forma de rendir tributo a las víctimas, pero además de hacer una advertencia sobre los peligros de las dictaduras modernas.
Aunque ambientada en los primaveras 60, La Fiesta del Chivo resuena con ecos actuales. El autor lo sabía. Y por eso estructuró la historia como una conversación entre pasado y presente, entre la memoria y la conciencia.
Tres líneas narrativas, una sola herid
La novelística entrelaza tres historias que se desarrollan de forma paralela, como si fueran los hilos de una misma ulceración.
La primera es la de Urania Cabraluna abogada dominicana radicada en Nueva York, que regresa a su país tras décadas de marcha para enfrentarse con su padre enfermo y, sobre todo, con su propio pasado.
Urania es un personaje ficticiopero profundamente existente en su trauma y en su búsqueda de sentido.
La segunda hilera sigue los últimos días de Rafael Trujillo, el “Benefactor de la País”, “El Superior”el hombre que dominó la isla con puño de hierro durante más de 30 primaveras.
Vargas Llosa no lo retrata como una caricatura del mal, sino como un ser humano deformado por el poder incondicional, obsesionado con el control, la disciplina y la cumplimiento. Sus pensamientos, sus manías, sus dolores físicos —como su incontinencia urinaria— lo muestran como un hombre al mismo tiempo temible y trágicamente patético.
La tercera historia es la de los hombres que planearon y ejecutaron el crimen de Trujillo en la carretera en dirección a San Cristóbal.
Este camarilla de conspiradores, muchos de ellos antiguos aliados del régimen, representan el punto de quiebre: aquellos que decidieron arriesgarlo todo para liberar al país, aunque sabían que sus vidas probablemente serían el precio. Vargas Llosa les da voz, los humaniza, los confronta con sus contradicciones.
Un país como personaje
La República Dominicana no es solo el atmósfera de la novelística, es un personaje más.
Sus calles, sus casas, su clima, su familia… todo en la obra respira dominicanidad. Vargas Llosa logra capturar el deje popular, los códigos sociales, el peso de la religión, el machismo, el miedo que se cuela en las conversaciones más inocentes. Y lo hace con respeto, con una ojeada atenta y empática.
Él mismo reconoció que escribir sobre un país que no era el suyo representaba un enorme desafío. “Sabía que me estaba metiendo en contorno delicado”, confesó.
“Por eso me tomé el tiempo necesario para estudiar no solo la historia política, sino además la vida cultural, social y emocional de los dominicanos. Quería hacer imparcialidad, no una caricatura”.
En ese sentido, La Fiesta del Chivo además es una novelística sobre la identidad. Sobre cómo un régimen totalitario puede moldear la forma en que una nación se ve a sí misma.
La figura de Trujillo es omnipresente: en los retratos oficiales, en los discursos escolares, en los rezos de los fieles, en las decisiones más íntimas de una tribu.

LA FIESTA DEL CHIVO. TRAILER.
La adaptacion Cinematografica
La aclimatación cinematográfica de La Fiesta del Chivo se estrenó en 2005 bajo la dirección de Luis Llosaprimo del autor Mario Vargas Llosa.
La película, rodada en inglés, contó con un equipo internacional encabezado por Isabella Rossellini en el papel de Urania Cabral, Juan Diego Botto como Amadito García Guerrillero y Tomas Milian interpretando a Rafael Leónidas Trujillo.
La intrepidez de filmar en inglés buscaba ampliar el importancia internacional del filme, aunque algunos críticos consideraron que esto restó autenticidad a la representación de la historia dominicana.
La ambientación y la fotografía fueron elogiadas por su calidad, y las actuaciones recibieron comentarios positivos, destacando especialmente la interpretación de Rossellini como Urania.
Sin incautación, varios críticos señalaron que la película no logró capturar completamente la intensidad y complejidad de la novelística flamante.
Mario Vargas Llosa, aunque no participó directamente en la producción, estuvo al tanto del proceso de aclimatación.
En entrevistas, expresó que la película mantenía el espíritu de su obra y elogió la representación de Rossellini, afirmando que representaba fielmente al personaje que había imaginado. Reconoció que adaptar una novelística al cine implica tomar libertades creativas y que lo esencial es que la película funcione en su propio jerga.
A pesar de las críticas mixtas, la interpretación cinematográfica de La Fiesta del Chivo contribuyó a difundir la historia del régimen de Trujillo a una audiencia más amplia, generando interés en la novelística y en la historia flamante de la República Dominicana.
El silencio y el trauma
Uno de los temas más poderosos del manual es el trauma. Urania Cabral representa a una coexistentes marcada por el injusticia, el silencio y la vergüenza. Su historia personal —que se revela en un culminación desgarrador— es además una metáfora de cómo muchas víctimas de la dictadura fueron obligadas a callar, a reprimir, a exiliar no solo sus cuerpos, sino además sus memorias.
Vargas Llosa, con la delicadeza que da la experiencia, logra tratar este tema sin caer en el morbo.
“Para mí era muy importante mostrar que el daño de una dictadura no se limita al número de muertos o desaparecidos. El daño íntegro, psicológico, espiritual, puede ser igual o más profundo. Una dictadura destruye la confianza, la esperanza, el sentido de comunidad”.
En ese sentido, La Fiesta del Chivo no es solo una novelística histórica. Es además una novelística psicológica, ética y, sobre todo, política. Porque interpela al profesor: ¿qué harías tú en ese contexto? ¿cómo reaccionarías frente al miedo? ¿qué precio estarías dispuesto a fertilizar por la dignidad?
Admisión en la isla
La publicación de la novelística generó reacciones mixtas en la República Dominicana. Muchos la acogieron como una obra necesaria, robusto, que ayudaba a iluminar rincones oscuros del pasado flamante.
Otros, sin incautación, criticaron lo que consideraron inexactitudes históricas o retratos poco favorecedores de figuras públicas reales.
Aun así, el consenso con el tiempo fue claro: La Fiesta del Chivo se convirtió en un referente indispensable para comprender el trujillismo y sus secuelas.
Fue llevada al cine en 2005, con Isabella Rossellini, Tomas Milian y Juan Diego Botto, y además adaptada al teatro.
En entreambos casos, las puestas en número sirvieron para amparar viva la conversación en torno a la memoria, el poder y el perdón.
Vargas Llosa y su ojeada crítica
Para Vargas Llosa, la letras siempre ha sido una útil de denuncia.
“Yo no creo en una letras objetivo. Siempre que escribimos, tomamos una posición”, ha dicho en múltiples ocasiones.
En el caso de La Fiesta del Chivo, esa posición fue clara: condenar la tiranía, honrar a las víctimas y recapacitar que la sencillez es un proporcionadamente frágil, que debe ser defendido con coraje y con memoria.
Durante una visitante a Santo Domingo, el escritor expresó su maravilla por el pueblo dominicano.
“A pesar de todo lo que vivieron, han sabido construir una democracia, imperfecta como todas, pero viva. Y eso no es poco. Eso deje de una gran capacidad de resistor y de una profunda afición de sencillez”.
Igualmente fue enfático al señalar que el manual no buscaba “dar lecciones” ni erigirse como “la verdad definitiva” sobre Trujillo.
“Es una novelística. Una ficción basada en hechos reales. Pero como toda ficción, indagación provocar una emoción, una consejo. Si ayuda a que nuevas generaciones pregunten, se informen, discutan… entonces valió la pena”.
La relación entre Mario Vargas Llosa y la República Dominicana quedó sellada con esta obra. Una relación construida desde el respeto, la curiosidad intelectual y la empatía.
Una relación que no pretende cuchichear por los dominicanos, sino con ellos, desde la novelística, desde el arte, desde la conciencia.
Y en tiempos donde el autoritarismo vuelve a aparecer su rostro en diferentes partes del mundo, releer “La Fiesta del Chivo” es además un acto de vigilancia.
Es una forma de recapacitar lo que fuimos para no repetirlo. Y de honrar, desde la letras, a quienes lucharon —y siguen luchando— por la dignidad de un país.