
Qué impotencia tan holgado frente a la asesinato de la verde capitana del ejército, Alba Montero, tras mes y medio aferrándose a la vida en cuidados intensivos. Nos recuerda que esta tragedia por el desplome del techo del Jet Set aún no termina y probablemente permanecerá por décadas.
Con razón, desde el primer momento fue indicación la tragedia del siglo por la cantidad de víctimas fatales que siguen aumentando, sumando ya 234. A diferencia de la dinámica que rige otros eventos que son reseñados por los medios de comunicación, donde un hecho nuevo tiende a sustituir o relegar el susodicho, esta tragedia seguirá por mucho tiempo en la mente y los corazones de tanta parentela adolorida.
Esta conmoción no solo ha estremecido a los parientes directos de las víctimas, tanto los fallecidos como los heridos, sino que el dolor, la consternación y la impotencia se ha extendido y todavía prevalece en gran parte de la población, que se niega a aceptar como cierto e irreversible que tanta parentela haya perdido la vida en un instante cuando había acudido a compartir en clan y con amigos en una diversión sana para estrechar lazos afectivos.
La asesinato de Alba es una estampa conmovedora de ese sobresalto colectivo provocado por esta tragedia. Ella quería habitar y luchó cercano a los médicos del NEA Arias Lora para recuperarse, pero su cuerpo no resistió. Su marido todavía murió esa perplejidad fatídica.
Sus tres hijas ahora forman parte de los más de 130 huérfanos que ha dejado este horror. Como era comprensible para ellos, este domingo no hubo celebración del Día de las Madres. Siquiera para las decenas de familias que aún lloran a sus madres, hijas y hermanas.
No hay palabras, solo dolor y una certeza: ¡No podemos olvidar!