
ElPregoneroRD- Cada zaguero miércoles de abril se conmemora el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido, una término que, más allá de los decibeles, nos invita a detenernos y escuchar los mercadería devastadores de un mal que pasa desapercibido, pero que nos afecta a todos: la contaminación acústica.
El exceso de ruido no solo molesta: enferma, agota y desconecta. Está directamente vinculado con el aumento de enfermedades cardiovasculares, hipertensión, insomnio, trastornos de ansiedad, daño cognitivo en niños y afectaciones auditivas permanentes. La Estructura Mundial de la Salubridad ha establecido que niveles sostenidos por encima de los 65 decibeles ya representan un peligro para la salubridad, y en muchas ciudades sobrepasamos ese borde desde que abrimos los fanales hasta que intentamos pernoctar.
En República Dominicana, la situación es particularmente amenazador. Las bocinas estridentes, motores modificados, música a todo tamaño en espacios públicos y fiestas improvisadas forman parte de un paisaje sonoro normalizado, pero tóxico. Y no es solo una cuestión de molestias pasajeras: es un atentado ordinario contra la salubridad pública y la convivencia social.
Pero ¿Quién ha tomado cartas en el asunto? En un libranza inusual para la política dominicana, el liderazgo en esta batalla lo ha asumido el Servicio de Interior y Policía, a través de su titular, la ministra Faride Raful, quien ha enfrentado de frente una de las expresiones culturales más enraizadas —y a la vez más perjudiciales— del país: la civilización del ruido.
Faride no solo ha activado operativos cercano a la Policía Franquista para incautar equipos ilegales, sino que ha sostenido públicamente que el derecho al entretenimiento no puede estar por encima del derecho al alivio, la salubridad y la seguridad ciudadana. Su postura le ha apreciado críticas de sectores que ven la música incorporación como expresión de identidad barrial, pero incluso aplausos de una ciudadanía cada vez más harta del caos auditivo.
Desde el Servicio se han establecido protocolos más claros, se han fortalecido las líneas de denuncia y se ha iniciado un esfuerzo pedagógico para desmontar la idea de que “el que más bulla haga es el que más goza”.
Pero la tarea es enorme. La impunidad de algunos establecimientos, la traspaso indiscriminada de equipos de sonido de incorporación potencia, la informalidad del transporte, la amor de la civilización cívica y, sobre todo, la corrupción que permite que muchos infractores paguen una “multa informal” para seguir haciendo ruido, aún son obstáculos que limitan el impacto de estas acciones.
Conciencia no es silencio, es respeto
Concienciar sobre el ruido no es pedirle a la sociedad que enmudezca, sino que aprenda a convivir sin destruir el bienestar del otro. Es entender que el espacio manifiesto es compartido y que el ruido, cuando se convierte en despotismo, se transforma en violencia.
En este día, más que una celebración, toca preguntarnos:
¿Cuántos niños no pueden estudiar perfectamente por el ruido de una claxon? ¿Cuántos adultos mayores no pueden pernoctar? ¿Cuántas personas están enfermas sin entender que es el ruido lo que les está afectando?
Tal vez ha llegado la hora de descabalgar el tamaño.
O al menos, de despuntar a escucharnos.