
El Pregonero, Santo Domingo.-Mientras Haití podrá sufragar por el próximo Papa, República Dominicana queda excluida del cónclave. Un ocurrencia simbólico a su relevancia eclesial que obliga a repensar. RD un país de fervor católico queda al ganancia. ¿Injusticia, olvido o negligencia?
Por Pavel De Camps Vargas
En el corazón de Roma, donde la historia de la Iglesia se escribe con humo blanco, una verdad inquietante resuena: República Dominicana, cuna de devoción católica, no tendrá voz en la disyuntiva del próximo Papa. Mientras tanto, Haití —donde el vudú danza en sincretismo con el catolicismo— sí estará presente, representado por el cardenal Chibly Langlois (66 primaveras). Este contraste no es solo una curiosidad eclesiástica; es una mojicón simbólica que expone una herida profunda en la identidad religiosa dominicana.
Una desaparición que duele
República Dominicana, donde más del 57% de la población abraza el catolicismo con una pasión que llena iglesias, anima procesiones y da vida a la Impenetrable de la Altagracia como símbolo territorial, queda excluida de uno de los momentos más sagrados de la Iglesia. La razón es tan fría como burocrática: Nicolás de Jesús López Rodrígueznuestro único cardenal vivo, tiene 88 primaveras y, según las normas del Vaticano, no puede sufragar en el cónclave al pasar los 80. Desde 1991, ningún otro dominicano ha sido elevado al cardenalato. Ningún.
Por otro flanco, Haití, un país donde el vudú no solo pervive sino que se entrelaza con prácticas católicas, tiene un asiento en la mesa gracias a la osadía del Papa Francisco, quien en 2014 nombró a Langlois cardenal. Fue un ademán en dirección a las «periferias», un agradecimiento a los olvidados. Pero, ¿y nosotros? ¿Posiblemente la fe dominicana, que ondea en la única bandera del mundo con una Sagrada Escritura abierta, no merece incluso ser escuchada?
Un contraste que interpela
La reserva dominicana no es solo un tecnicismo. Es un agravio simbólico que cuestiona nuestra relevancia en la Iglesia universal. ¿Cómo es posible que un país que vive la Semana Santa con fervor, que defiende su herencia cristiana en debates constitucionales, que respira catolicismo en cada rincón de su civilización, esté lejano en la osadía que definirá el futuro de 1,300 millones de fieles? Y más aún: ¿cómo aceptar que Haití, donde el sincretismo religioso es una ingenuidad palpable, tenga voz mientras nosotros callamos?
No se proxenetismo de rivalizar con Haití ni de arbitrar su fe. Se proxenetismo de imparcialidad. Se proxenetismo de preguntarnos por qué un país con una tradición católica tan arraigada ha sido relegado a la irrelevancia en el tablas universal de la Iglesia.
¿Quién es culpable? ¿Roma o nosotros?
El Vaticano no es el único responsable. La Iglesia dominicana debe mirarse al espejo. ¿Qué hemos hecho para mantenernos visibles frente a la Santa Sede? ¿Dónde están los líderes eclesiales dominicanos con peso internacional, con carisma y visión para influir en Roma? ¿Por qué no hemos cultivado figuras que representen nuestra fe en los círculos donde se toman las grandes decisiones?
La omisión duele, pero incluso debe dolernos nuestra propia pasividad. La desatiendo de proyección universal de nuestra Iglesia, la desaparición de nuevas voces con autoridad recatado y ámbito universal, nos ha dejado en la sombra. No puntada con satisfacer templos; hay que hacerse escuchar más allá de nuestras fronteras.
Un llamado urgente a despertar
Esta reserva es más que una curiosidad; es un campanazo de alerta. La República Dominicana debe renovar su ocupación en la Iglesia universal. Necesitamos formar líderes espirituales con visión universalexigir representación y, como insignificante, contar con al menos dos cardenales activos que aseguren nuestra presencia en momentos cruciales. Porque terminar fuera del cónclave no es solo terminar fuera de una votación: es terminar fuera de la historia viva de la fe.
En la política de la Iglesia, como en la del mundo, quien no está en la mesa, está en el menú. Hoy, República Dominicana no está en la mesa. Y aunque la fe no requiere títulos, la representación sí importa. Porque quien vota, influye. Y quien no vota, solo obedece.
Preguntas que no podemos ignorar
● ¿Cómo llegamos a ser invisibles frente a el Vaticano?
● ¿Por qué se nombra cardenal en un país donde el vudú convive con el catolicismo, pero no en uno que vive su fe con devoción histórica?
● ¿Es esta reserva una señal de que nuestra Iglesia tópico necesita una renovación profunda?
● ¿Podemos seguir siendo espectadores de nuestra propia historia eclesial?
Un futuro que depende de nosotros
República Dominicana no puede resignarse al silencio. Nuestra fe, nuestra historia y nuestro fervor merecen un emplazamiento en la mesa donde se decide el destino de la Iglesia. Este momento debe marcar un antiguamente y un luego: un compromiso para blindar nuestra Iglesia, proyectarla al mundo y certificar que nunca más seamos excluidos.
Porque la fe de los dominicanos no solo merece ser vivida; merece ser escuchada.