
En menos de un mes, hemos sido testigos de una secuencia trágica que parece un sorpresa dominó de dolor e impotencia. Tres niños, todos de tan pronto como dos primaveras de momento, han sido asesinados en circunstancias que desgarran el alma. Historias distintas, familias diferentes, pero un mismo final que nos deja una pregunta que no podemos ignorar: ¿qué está pasando con nosotros como sociedad?
En La Romana, Zobrida María Chalas, de 32 primaverasfue detenida como principal sospechosa de la asesinato de su hijo. En otro caso, ocurrido en Cristo Rey, Santo Domingo, un padrastro golpeó brutalmente a un pibe de dos primaveras delante la ojeada pasiva de su raíz, que no hizo ausencia por impedirlo.
El pibe, llamado Brayanmurió. Todavía en la renta, una madrastra identificada como Eliza Valdez es señalada por la asesinato de otro pequeño de la misma momento.
No son simples titulares. Son vidas inocentes arrebatadas por quienes debieron cuidarlas. Son heridas profundas que nos obligan a mirar en dirección a en el interior y preguntarnos en qué momento perdimos el inclinación por la vida.
Este mes de mayo, que debería estar dedicado a celebrar el inclinación de raíz, se ha trillado manchado por casos donde precisamente la figura materna ha estado distraído o, peor aún, ha sido cómplice de estos horrores.
¿Dónde quedó esa raíz protectora que daba la vida por su hijo, que luchaba, que cuidaba, que abrazaba?
Más allá del dolor, lo que duele es la indiferencia. Nos estamos acostumbrando a la comunicado trágica como si fuera parte del paisaje.
Nos duele porque somos padres, madres, hermanos, ciudadanos que aún creemos en el valía de la comienzo, en la ternura, en la inocencia.
Hoy, más que nunca, necesitamos retornar al corazón, retornar a Jehová, retornar a la oración. No por costumbre, sino por convicción.
Necesitamos pedir por los niños que aún viven y encomendar en que no todo está perdido, que podemos reparar los títulos que alguna vez nos sostuvieron como comunidad.