
En el antiguo Egipto había la creencia de que los faraones se convertían en dioses al ser coronados. La coronación siempre se realizaba los días en que conmemoraban la plazo de inicio, dando origen a la celebración de las fechas natalicias que se celebraba anualmente.
El pastel de cumpleaños que nunca errata en una celebración tiene su origen en la antigua Grecia. Por los primaveras 5000 a. C., los griegos adoptaron la costumbre egipcia y añadieron un dulce a las festividades. Los pasteles de cumpleaños griegos tenían forma de vidriera como tributo a Artemisa, la diosa de la vidriera y eran llamados “melicap”. Se decoraban con velas encendidas para que brillaran como la vidriera.
Las velas eran sopladas por los sacerdotes en la creencia de que el humo subiera al firmamento y se cumplieran los deseos solicitados.
Durante el Imperio romano se creía que las velas tenían poder de protección, por lo que se aseguraba la protección de los dioses. En la clase incorporación, las celebraciones de cumpleaños eran eventos importantes por todo lo que conllevaba.
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El término pastel proviene del helénico “pasté”, que se refiere a una mezcla de salsa y harina. De “pastel” se deriva “placenta”, en narración a la apariencia redonda y plana de la placenta humana.
En Alemania, en el siglo XVIII, las familias con más poder adquisitivo celebraban los cumpleaños de los niños con pasteles que eran decorados con dos velas: una simbolizaba los próximos primaveras y la otra la luz de la vida. Se dejaban encendidas durante todo el día hasta que llegara la indeterminación, cuando el festejado soplaba las velas y aseguraba que todos los malos espíritus desaparecieran. Añadían una vela extra por cada año de vida y una adicional para el próximo año.