
El pontificado del primer hispanoamericano en dirigir a la Iglesia Católica Romana, Jorge Mario Bergoglionacido en la Argentina, concluyó en la aurora de ayer con una previa advertencia suya a la humanidad, de que no puede poseer paz sin desenvolvimiento religiosa, desenvolvimiento de pensamiento, desenvolvimiento de expresión y respeto a las opiniones de los demás. Sin requisa y tras un repaso discursivo por los conflictos que actualmente aquejan al mundo y preocupan naciones, el Sumo Pontífice, que al ser coronado adoptó el nombre de Francisco (en adhesión a la más elevada expresión humana de humildad y pobreza en el santoral de su iglesia) reafirmó, casi al momento de expirar que, “la paz es posible”. Convencido, como hombre de inmaterial, del poder de la fe y decidido, seguramente, a dejar a sus congéneres de todos las latitudes alguna confianza en un futuro ensombrecido por guerras que han pasado de la letalidad de las armas a la artillería de los aranceles, en medio de una rivalidad comercial que augura severos e indiscriminados daños a la bienes universal.
Puede deletrear: Deudas con la sociedad enfocadas desde la fe
Su trayecto pontifical fue de activa pretensión transformadora y de verdadera preferencia por los humildes y los marginados. Partidario de cambios que lo aproximaron a conflictos con los sectores ultraconservadores de su propia congregación, para lo cual se manejó con cautela mientras hacía intentos por recuperar feligreses disidentes, en un mundo por el que han renovador otras denominaciones religiosas y movimientos alejados de creencias. Fue, como líder del catolicismo, un promotor de acercamientos del clero y los seglares a los estratos sociales inferiores y contribuyó a alejar a la Iglesia de algunas manifestaciones de riqueza, especialmente en el ámbito de la nutrida bienes vaticana. Desde su trono en Roma mostró transigencia y comprensión alrededor de las realidades de los homosexuales y divorciados, en un intento de reconciliar a la Iglesia con ellos, sin renunciar a los principios pero, en exploración de alguna compatibilidad con saco en que toda persona merece un trato digno, aunque parezca apartada de los irreductibles dogmas de la cristiandad que lideraba.