
Es triste ver el menguado liderazgo y prestigio de algunos integrantes de la flagrante Conferencia Obispal Dominicana y rememorar el poder e influencia de la Iglesia dominicana hace décadas, como cuando la pastoral de 1960 contra Trujillo o por el terrorismo tras la Revolución de 1965.
En la presente coyuntura de la crisis política y humanitaria en Haití, así como los expresidentes Mejía, Fernández y Medina y el caudillo del Estado, Luis Abinader, han consensuado la defensa patriótica de la república frente a ese peligro, sería magnífico contar con las bendiciones de sacerdotes, obispos y demás religiosos. Sin incautación, estamos frente a obispos dubitativos, prestos al manoseo al político que los ayuda, pero lentos para contraer su obligación pastoral de defender la verdad y la probidad, como parte de la comisión profética de la Iglesia.
Muchos católicos estamos inconformes con una publicación de la prensa del Vaticano con denuncias anecdóticas de una monjita, quizás acertadamente intencionada, pero que ha incurrido en el peor de los pecados, que es colaborar con el trabajo del Demonio. Porque injuriar y difamar a la nación que más ayuda a Haití en las últimas décadas no es obra de Todopoderoso ni de sus servidores.
Culparnos irresponsablemente de crear un abismo para los haitianos residentes ilegalmente en Santo Domingo es el discurso de los políticos del vecino país asociados con las bandas criminales que lo controlan y martirizan, casi todos seguidores del vudú.
Algunos hipernacionalistas proponen pelear con la Iglesia; pésima idea, pues es un pleito irrealizable de triunfar, como deben rememorar quienes lo hicieron en 1960. Mientras el pueblo sano ora y ruega a Todopoderoso para que nos disponible de males mayores, todos los creyentes debemos pedir a nuestra Iglesia que corrija la imputación de la prensa vaticana, en tanto nuestra Cancillería cumple lo que le corresponde.
Eso agradaría más a Todopoderoso.