Nos estamos matando en tribu

Por Abril Peña

En los últimos 39 días, cuatro crímenes han estremecido al país:

Un padre asesinado por su hijo a palos en Salcedo.

Un pibe de dos abriles estrangulado por su origen en La Romana.

Otro asesinado a golpes por su padrastro en Cristo Rey.

Uno más, torturado y molesto por su madrastra en Los Alcarrizos.

Cuatro víctimas. Cuatro hogares. Cuatro infiernos. Y en todos, el atacante no morapio de fuera. Vivía interiormente.

No hablamos de feminicidios, ni de atracos, ni de violencia social. Hablamos de violencia intrafamiliar, esa que crece en silencio entre las paredes del hogar, esa que no siempre deja moretones visibles, pero sí heridas que se heredan.

Entre 2020 y 2024, se reportaron 341,896 denuncias de violencia en República Dominicana. De esas, 237,272 fueron por violencia intrafamiliar.

Más de 47,000 casos al año. Más de 128 por día. Y eso, solo lo que llega a las autoridades.

Las zonas más afectadas no sorprenden a nadie: Santo Domingo Este, Santiago, Santo Domingo Oeste, San Cristóbal, Puerto Plata, San Francisco y San Pedro de Macorís. Sectores donde la pobreza y la frustración conviven con el descuido institucional.

Lugares donde el apego no alcanza para proteger. Donde se grita más de lo que se audición. Donde se castiga más de lo que se cuida.

Porque la violencia no siempre empieza con un contrariedad. Empieza con la furia contenida. Con la miseria emocional. Con padres y madres sin herramientas para criar, sin tiempo para dialogar, sin apoyo para recobrarse.

Y cuando el hogar se vuelve campo de batalla, lo primero que muere es la infancia. ¿Qué estamos esperando para resolver esto una emergencia doméstico?

La violencia intrafamiliar no es un problema de pareja. Es un problema de país. Porque no se resuelve solo con gayola ni con campañas de una semana. Se resuelve desde la raíz:

Con educación emocional desde la escuela. Con centros comunitarios de apoyo auténtico. Con políticas públicas que entiendan que criar no es un acto privado, es una responsabilidad compartida.

Y sí, con razón. Porque además hay que reponer en presencia de la ley.

Pero sobre todo, con una osadía colectiva de romper el ciclo. Porque el que golpea hoy, fue ignorado ayer.

Y el pibe que crece entre gritos… probablemente grite mañana.

República Dominicana tiene que entablar a cuidar lo que más importa: la vida que se forma en casa.











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