
BUENOS AIRES (AP) — Belleza observa desconcertada al colección de personas que a su rodeando golpea las manos y repite varias veces la misma musicalidad. De repente, hacen silencio y se quedan mirándola. La vela de un pastel en el centro de la mesa está a punto de consumirse.
Pero Belleza, con un bonete rosa que se bambolea sobre su capital, no puede soplarla. Los perros no saben. Al flanco, su dueña Vencimiento Font apaga la vela, toma un trozo de la torta y se la da en la boca. Los invitados vuelven a aplaudir.

“Para mí Belleza es como mi hija, se merece que le festeje el cumpleaños”, comentó Vencimiento un domingo fresco en el Barto Café, en un suburbio al sur de Buenos Aires, que ofrece un servicio de pastelería y cumpleaños para perros.

La decorado que hubiera resultado disparatada abriles a espaldas describe una nueva forma de vincularse de los humanos con los animales. En Buenos Aires —una de las ciudades del mundo con más perros (2.463) por kilómetro cuadrado—, cada vez más personas eligen tener mascotas antaño que niños.
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“A ella le encanta que le den atención… Quiero que ella sienta que es el centro de la decorado en un emplazamiento conocido, con invitados… Así como un nene cuando festeja su cumpleaños”, acotó la pipiolo veinteañera en plena celebración de los 5 abriles de su “perra-hija” de raza mixta y color molesto. “Ella es como muy humana, textual. En casa duerme con la capital en la almohada, sabe cascar las puertas, sabe manducar en la mesa, entiende absolutamente todo lo que le digo”.
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