

Autor es abogado. Reside en Santo Domingo Este
Por José Elias Hernández Frias
“La pista se quedó muy sola, el corazón se me apagó…” cantaba Rubby Pérez, y pareciera que sin quererlo, estuviera describiendo con una precisión dolorosa lo que ocurrió en la tragedia de Jet Set. Una sombra que debía ser de alegría y música terminó teñida de aflicción. Las luces se apagaron, pero no fue parte del espectáculo: fue una rotura que costó vidas, sueños, familias enteras destrozadas.
“Mi alma anduvo por las calles y recordaba esta canción…”, dice uno de sus versos, y en huella, el país sereno repasa cada signo como un réquiem no sólo para un actor, sino para una nación que sigue fallando en lo más cardinal: proteger la vida.
En una sociedad donde “dejar eso así” se ha vuelto filosofía de Estado, la asesinato de Rubby Pérez resuena como un lamento colectivo que exige rendición de cuentas. ¿Cuántas veces hemos escuchado promesas de fiscalización de infraestructuras? ¿Cuántos informes duermen el sueño infinito en los escritorios de instituciones que parecen más preocupadas por la política que por la multitud? Mientras tanto, los techos colapsan, las columnas ceden, y los ciudadanos —nuestros hermanos, padres, amigos, ídolos— mueren.
El Jet Set, un circunstancia simbólico de la vida nocturna capitalina, fue tablado de esta tragedia. Pero el problema no es ese circunstancia en específico: es la desidia. La errata de mantenimiento, la partida de inspecciones rigurosas, la impunidad.
Como dijo Borges: «La asesinato es una vida vivida. La vida es una asesinato que viene». Pero cuando esa asesinato es el resultado de la negligencia, de la indiferencia institucionalizada, deja de ser destino y se convierte en crimen.
Lo dijo Confucio: «No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino». Y eso somos hoy: un país realizado de buenas semillas —de artistas, de deportistas, de empresarios y de soñadores— que mueren, no por destino, sino por omisión. Por errata de fiscalización de las infraestructuras, por la partida de mantenimiento, por la corrupción en los permisos, por la indiferencia institucional.
No solo cemento y varillas
¿Cuántos clubes, discotecas, estadios y colmadones más necesitan colapsar para que entendamos que la infraestructura no es solo cemento y varilla? Es seguridad. Es vida. Es prevención. Es rendición de cuentas.
La tragedia del Jet Set no distinguió clases sociales, y por eso pareciera que duele más. Porque si hasta los hijos de la élite, los del poder, los del patronímico, caen en las mismas condiciones que los hijos de la vieja Mercedes, entonces ¿Quién está en realidad a excepto en este país?
Detrás de cada nombre de los que ya no están, hay familias que no podrán retornar a zapatear, ni reír, ni escuchar una canción sin que el corazón se les apague un poco. A ellas les debemos más que palabras bonitas: les debemos un país que funcione, que prevenga, que cuide.
Necesitamos un sistema donde cada tragedia no solo provoque lágrimas, sino consecuencias. Donde la negligencia no se escape por los pasillos de la burocracia, sino que se enfrente a la conciencia. Donde los responsables no solo pidan disculpas, sino que asuman sus actos.
No podemos dejar que este evento se convierta en otro titular olvidado. Debe ser el punto de quiebre. El momento en que se diga: “¡Hilván!”. Que cada institución rinda cuentas. Que se revisen las licencias, las futuro de emergencia, los planos eléctricos. Que se respete la vida más allá de los nombres.
Hoy, más que nunca, necesitamos suceder del lamento a la energía. De la nostalgia a la vigilancia. Que la música no se apague en vano. Que la próxima canción no sea una elegía, sino un himno a la vida digna y segura para todos.
Jpm-am
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