
Hoy, aunque mi cuerpo esté en Santo Domingo, mi alma está en España. Mi abuela cumple 100 primaveras y, aunque lamento no estar con ella en un 5 de junio tan distinto, la distancia me obliga a confirmar una de sus máximas: es disparatado hacer planes porque nunca sabemos lo que puede acaecer. ¡Hay que conducirse, espontáneamente y disfrutando cada día con su encanto y -o a pesar de- su propio afán!
Aunque la nostalgia me embargue al escribir estas líneas, allá de autocompadecerme celebro su vida con una emoción que es difícil describir con palabras: ni el más extraordinario circunstancial puede encerrarla a conmoción de trivio.
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Al salir en 1925 en el municipio de Alcañiz, en la provincia de Teruel de la comunidad autónoma de Aragón, ella vivió la Hostilidades Civil Española (1936-1939), la Segunda Hostilidades Mundial (1939-1945) y la dictadura de Francisco Franco (1939-1975)lo que templó su carácter como a muchos tantos de su gestación.
Aprendió a hacer un idioma del silencio porque prefiere callar que crear conflictos, nunca se amarga (las desgracias llegan solas) y es acertado todo lo que puede porque la vida nunca paciencia. “La verdad es que la vida se pasa rápido; aprovechadla lo más posible”, me dijo en enero. Con esa frase la felicito y me silencioso. ¡A su sanidad!