Por Rossina Marcial Heredia

Aún dormía cuando me despertaron los mensajes, las llamadas, las notificaciones. Todos con la misma nueva que se repetía como un eco ficticio de creer: el alegórico centro de diversión nocturna Set de chorro había colapsado. Ese circunscripción, parte viva de la civilización dominicana, donde generaciones bailaron, cantaron y celebraron la vida, se había derrumbado… con cientos de almas interiormente.

El día amaneció sombrío, pero no por el clima. Era un sombrío pesado, silencioso, que se fue extendiendo por cada rincón del país a medida que conocíamos los nombres de los fallecidos. Eran amigos, conocidos, compañeros de trabajo, vecinos… clan cercana. La música se apagó. Las redes sociales enmudecieron. Solo se escuchaban sirenas. El país inconmovible se estremeció.

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La nueva del evento del gran merenguero Ruddy Pérezuno de nuestros máximos exponentes del ritmo que nos define como nación, era la razón por la que muchos estaban allí esa incertidumbre. Una fiesta que prometía alegría y terminó en tragedia. Cada hora que pasaba era más dolorosa que la precedente. La esperanza se mezclaba con la desesperación mientras se removían los escombros. Algunos aún esperaban ser rescatados, otros, tristemente, ya no volverían a ver la luz.

Los medios de comunicación tradicionales se mantuvieron firmes, informando con respeto y cautela, mientras la ciudadanía, con el alma en un hilo, obedecía el llamado a la prudencia. El país inconmovible estaba de duelo, en pausa, abrazando el silencio. Lo que alguna vez fue un templo del merengue y la alegría, se había convertido en la tumba de muchos cuyos sueños quedaron enterrados adyacente a ellos.

Las oficinas se llenaron de miradas vacías. Nadie podía concentrarse. Todos pendientes de sus móviles, buscando, esperando no ver un nombre conocido. Pero lo obligatorio llegó para muchos: la asesinato de amigos, familiares, clan querida. Una verde pareja, hijos de personas cercanas, fue de las primeras telediario que me rompieron el corazón. Luego, la historia de una verde mama, siempre sonriente, quien fue a celebrar un cumpleaños y no regresó. Deja detrás tres niñas que crecerán con una abandono ficticio de guatar.

La cara desgarrada de nuestro presidente Luis Abinaderenvuelto en un manoseo con un normal desesperado, fue una de las imágenes más fuertes que hemos trillado en medio de esta tragedia. No eran solo gestos diplomáticos, era dolor verdadero, reflejado en sus luceros vidriosos, en su expresión rota, en la impotencia de un líder que incluso es padre, consorte, ser humano. Su rostro no hablaba con palabras, hablaba con el peso de un país llorando sobre sus hombros.

Tan impactante como esa secuencia fue uno de los videos que circuló —sin ningún respeto por el dolor superficial— que me ha dejado marcada: una verde movía sus manos, atrapada entre los escombros. Una súplica muda desde el báratro. Era como una secuencia sacada de una película de terror de Ari Aster, pero lamentable