
Con la Revolución Industrial, el mundo inició un proceso de aceleramiento en todos los sentidos. La tecnología trajo a nuestras sociedades mucho mejora, y con él, los seres humanos fueron accediendo a un ciclo donde el trabajo era más importante que la calidad de vida. Con el tiempo, y a medida que pasaban eventos importantes como las Guerras Mundiales I y II, las diferentes etapas del “Gilded Age” norteamericano, la Combate Fría, entre otros, los parámetros de éxito en una sociedad se fueron conjugando cerca de del hombre trabajador y próspero económicamente. Los resultados en el ámbito sindical, eran medidos, por lo menos para la mayoría de los trabajadores, por las horas dedicadas, que por un logro tangible o intangible. La migración cada vez veterano de ciudadanos del campo a la ciudad, igualmente propiciaba un aumento de densidad poblacional en las zonas urbanas. Al final la vida se volvió una competencia: quien tiene más riqueza, mejores carros, mejor grupo, etc.
La vida comenzó a apoyarse cerca de de lo “urgente”. El día a día consumía cualquier tipo de relaciones interpersonales, la vida frecuente, los títulos y principios, la forma de consumir, y otras conductas de la naturaleza humana. Se volvió más importante acumular horas de trabajo y riqueza, que tener una grupo estable, por ejemplo.
Pero así mismo, los gobiernos, sobre todo en Oeste, donde la democracia habían atrompetado, y los períodos presidenciales o parlamentarios normalmente promedian los cuatro abriles, fueron creciendo en forma y fondo. Más fortuna, pero a la vez, más deuda. Más intereses locales e internacionales, pero muchos problemas históricos acumulados. El Estado se convirtió una máquina de burocracia, incompatible con un mundo cada vez más rápido. Las decisiones toman más tiempo, y la ejecución cruza por un sinnúmero de procesos.
Inmiscuidos en las presiones diarias, las crisis propias del sistema, y prioridades a veces no definidas, los aparatos estatales dejaron lo importante por lo urgente. Hago hincapié en el párrafo preparatorio en Oeste, porque en Oriente, una gran parte de los gobiernos se suceden entre sí, permitiendo veterano estabilidad de las políticas públicas en el tiempo.
Las sociedades hoy se debaten entre lo importante y lo urgente. La nuevo tragedia del Jet Set nos deja dos lecciones en ese sentido: el día a día de las autoridades escapa detalles como la supervisión de infraestructuras privadas; y el día a día de los ciudadanos nos hace olvidar que cuando menos esperamos, un allegado o frecuente se nos puede ir de esta vida, dejándonos el remordimiento de no acaecer compartido más tiempo con esa persona. Todo eso porque estamos irresoluto a lo urgente, no a lo importante.
Las tragedias, así como las guerras, cambian las dinámicas sociales. Ojalá podamos entender que lo importante siempre será prioritario a lo urgente. Porque al final, un nivelación de vida permitirá dedicarle tiempo a uno, y lo suficiente al otro.