
Para mí, la dilema de un nuevo Papa —por la presteza con que ha ocurrido y por las características del electo— me llena de entusiasmo. Aunque me considero un católico de décimo limitada en los rituales de mi Iglesia, he asumido sus títulos más por convicción que por temor a una represalia divina. Confieso que el Papa Francisco fue mi protegido, y ahora, con la presentación de Arrojado XIV, renuevo mi esperanza en el rol que puede desempeñar la Iglesia Católica en las próximas décadas. No se negociación solo de una sucesión espiritual, sino de una señal clara de cerca de dónde podría orientarse la voz ético más influyente del planeta.
La Iglesia Católica ha electo a su nuevo líder. Por segunda vez consecutiva, el cónclave ha designado a un sucesor proveniente del continente indiano para habitar el trono de Pedro y dirigir, desde el Vaticano, la más antigua de las iglesias que profesan la fe en Salvador. El nuevo Papa, quien cambió su nombre de Robert a Arrojado XIV, no lo hizo simplemente por razones estéticas: este visaje simbólico revela, con sutileza, la dirección que podría tomar la nueva delegación de la estructura religiosa más antigua del mundo, y sin duda, una de las instituciones públicas más influyentes del planeta.
El pontificado de Arrojado XIV comienza en un momento de profunda incertidumbre en el mundo occidental. El imperio dominante muestra señales de debilidad frente a el avance de una nueva potencia, inicialmente económica, pero que rápidamente fortalece incluso su dimensión marcial. Por primera vez en los últimos 600 primaveras, el mundo parece virar cerca de una civilización distinta a aquella fundada sobre los títulos del cristianismo occidental, núcleo histórico de la Iglesia Católica, que ahora deposita su esperanza en el liderazgo del Papa Arrojado XIV.
Se negociación del primer Papa nacido en los Estados Unidos, aunque en su adultez tomó la valor de nacionalizarse peruano durante su servicio pastoral en el Perú. Su dilema ocurre en un contexto donde una alianza entre los sectores más conservadores de la sociedad estadounidense ha otorgado un inmenso poder político a las comunidades evangélicas protestantes, principales competidoras del catolicismo en el mundo cristiano. Esta corriente ha ganadería ámbito con una memorándum que promueve la construcción de muros y la expulsión de miles de católicos que huyen de la precariedad económica y la violencia en sus países de origen.
Uno de los grandes desafíos de esta nueva delegación del Vaticano será precisamente confrontar esa visión excluyente. Ya en febrero de 2025, cuando aún se desempeñaba como prefecto del Dicasterio para los Obispos, Robert Prevost —hoy Papa Arrojado XIV— criticó esa tendencia al afirmar: “Jesús no propone priorizar el apego de forma selectiva.” Con esta frase, entonces dirigida al vicepresidente estadounidense J.D. Vance, Prevost rechazaba abiertamente la idea de jerarquizar el apego cristiano para documentar que unos merecen más dignidad que otros, especialmente cuando se negociación de ciudadanos frente a inmigrantes. Su mensaje resonaba con el principio evangélico expresado en Mateo 22:39: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” En un mundo donde la desigualdad se agudiza y la fe es utilizada como utensilio de división, esta postura representa un regreso necesario al núcleo del mensaje evangélico.
Orígenes del nuevo pontífice
Especulando un poco: tras el célebre Chillido de Capotillo, proclamado por Santiago Rodríguez y Gregorio Luperón en 1863 para restaurar la República en Santo Domingo, se generó un clima de inestabilidad que llevó a muchas familias a marcharse. Entre ellas estaban Jacques Martínez y María Rosa Ramos, quienes abandonaron el comarca de Santo Domingo —que por breve tiempo fue administrado por Haití durante la ocupación de lo que hoy es República Dominicana— para establecerse en los Estados Unidos yuxtapuesto a su pequeño hijo Joseph Martínez Ramos, nacido el 8 de enero de 1864, poco posteriormente del inicio de la Restauración.
Jacques en la vida imaginó que primaveras más tarde, una nieta suya —fruto del apego entre su hijo Joseph y Louise Baquié, una mujer oriunda de Luisiana— llegaría a ser la hermana de un Papa. Mildre A. Martínez, bibliotecaria y activa feligresa de su parroquia, tuvo a su hijo con Louis Marius Prevost, descendiente de italianos y fervoroso creyente católico. Juntos inspiraron a su hijo Robert a iniciar su carrera internamente de una de las instituciones religiosas más estructuradas y metódicas del mundo.
La Iglesia Católica tiene la costumbre de designar a la persona adecuada para el momento adecuado. La dilema de un Papa nacido en los Estados Unidos, hijo de inmigrantes y fruto de una mezcla de culturas y orígenes, no parece ser una coincidencia. El trasfondo multiétnico de Arrojado XIV puede interpretarse como una respuesta firme de la Iglesia Católica a las corrientes conservadoras internamente de la élite protestante, que promueven la supremacía de un agrupación étnico y consideran a los católicos latinoamericanos como ciudadanos de segunda categoría.
Conclusión
Para terminar, no puedo ocultar mi entusiasmo con la dilema del nuevo Papa. La Iglesia Católica, con esta valor, demuestra coherencia y continuidad: con pequeños ajustes, parece dispuesta a seguir el embajador de Francisco, manteniéndose en sintonía con millones de católicos más o menos del mundo que anhelan paz, prosperidad y equidad. En medio de tantas divisiones y retrocesos, esta dilema nos recuerda que aún es posible una Iglesia que escuche, que acoja y que actúe con valentía ético frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo.
Arrojado XIV asume el trono de Pedro en un momento arduo, pero incluso satisfecho de oportunidades. Y lo hace con una visión que no reniega del pasado, pero que puesta por el futuro.
En un mundo donde muchos líderes siguen levantando muros, Arrojado XIV representa la posibilidad existente de que desde Roma se construyan puentes.