
Por Salomón Kalmanovitz
Adam Smith iluminó la ciencia de la finanzas cuando descubrió que la división del trabajo y la cooperación eran las fuentes de la riqueza de las naciones. Smith utilizó el ejemplo del taller de artesanos que fabricaban alfileres: unos cortando el alambre, otros limando las puntas, otros más torneando las cabezas y los últimos pegándolas para producir miles de alfileres, mientras un artesano solo en su taller no alcanzaba a manufacturar una fracción de las piezas que se lograban hacer mediante la división del trabajo.
Así mismo, pero a una escalera veterano, la división del trabajo entre naciones, cada una dedicándose a las tareas en las que era más diestra e intercambiando con las demás el resto de sus deposición garantizaban el crecimiento más profundo de la riqueza de todas ellas. Esto era posible si se fomentaba el comercio en el interior de cada país y entre países. La veterano productividad alcanzada por la división del trabajo abarataba las mercancías, aumentaba los consumos y así la riqueza se compartía entre más poblaciones.
Esta visión fue rechazada por el pensador teutón Friedrich List, quien defendió el proteccionismo como una política apropiada para los que llegaron tarde a la industrialización, como fuera el caso de Alemania, acusando a Inglaterra de explotar al resto de Europa. Tenemos ahí el origen de las visiones contrapuestas entre comprensión y conservadurismo en materia de comercio, que fuera bandera del nacionalismo financiero por doquier.
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Es obvio que el nuevo proteccionismo de Donald Trump bebe, sin saberlo, de las fuentes del pensamiento de List y es aún más reaccionario al defender prerrogativas de un país imperial. Trump aduce ser explotado por el resto del mundo, cuando los Estados Unidos han sido arquitectos y beneficiarios de la globalización de la que ahora se declara víctima su presidente.
La “explotación” de Trump consiste en sostener una báscula comercial negativa con el resto del mundo, la que se desprende de ser un país que consume más de lo que produce, con el perjuicio de ser menos productivo que Europa y el Japón, lo que explica sus sendos déficits comerciales. La explotación es al revés: déficits comerciales de Estados Unidos con el resto del mundo que son financiados con excesos de exhalación de su moneda que todavía es la divisa internacional por excelencia.