ztevenreal
El autor es historiador
Al despuntar el miércoles 31 de mayo de 1961, María Martínez de Trujillo conversó por teléfono con su hijo Ramfis, entonces en París y, sin ofrecerle muchos detalles, le urgió a regresar al país. Poco luego Ramfis recibió otra citación telefónica, esta vez del coronel Luis José Arrogante Estévez, su cuñado, quien le reiteró que su presencia era necesaria en Ciudad Trujillo.
Ramfis, consciente de que ciertas cosas no podían tratarse por teléfono, sondeó a su cuñado preguntándole si todo estaba en orden y bajo control. Delante la respuesta afirmativa, inquirió dónde estaba su padre; pero la firme contestación que recibió le hizo comprender la agravación de la situación, pues Arrogante Estévez se limitó a decirle: «Normal, es necesario que usted regrese seguido…le explico cuando llegue».
Según contó César Saillant Valverde, secretario particular de Trujillo hijo, una vez concluida la conversación, Ramfis prorrumpió en lloriqueo y con no disimulada amargura le dijo a su esposa: «¡Han matado a papá!».
Acto seguido dio instrucciones para los preparativos del delirio de regreso y encargar un revoloteo privado con una cadeneta aérea reconocida.
Al caer la tarde, en la terminal del aeropuerto de Punta Caucedo no se tenía registrada la arribada de ningún revoloteo internacional; pero ya la grupo Trujillo sabía que Ramfis había fletado un revoloteo privado.
Sin secuestro, en un momento determinado en la torre de control se recibió un telegrama informando que un revoloteo singular y privado se dirigía sin escalas desde Orly, París, a Ciudad Trujillo, por lo que solicitaba a las autoridades extender cortesías especiales a «pasajeros muy importantes».
Venida
La sorpresa del personal del aeropuerto fue aún viejo, cuando de repente a la terminal se presentó una comitiva de altos funcionarios que fue a esperar la arribada de esas personas tan importantes.
La comisión oficial la integraban mínimo más y mínimo menos que el presidente Joaquín Balaguer, el generalísimo Héctor Bienvenido, el universal José Arismendi Trujillo Molina, hermanos del dictador, los generales José René Román Fernández, Arturo Espaillat y el coronel Johnny Abbes García, entre otros.
Serían las 7 de la tenebrosidad de ese miércoles 31 de mayo de 1961 cuando Ramfis Trujillo arribó al aeropuerto internacional de Punta Caucedo (hoy Las Américas), en una aeroplano de Air France, que alquiló por unos 30,000 dólares. Le acompañaba un pequeño séquito de 8 personas, entre los que se encontraban su hermano Radhamés, así como amigos y colaboradores.
Ramfis, que ahora era el hombre número uno del Gobierno, fue saludado efusivamente por sus tíos y demás acompañantes. De inmediato se dirigió a la residencia del dictador, en la avenida César Nicolás Penson, para saludar a su mamá.
Por breve tiempo, aunque pareció una cielo, contempló en silencio el fiambre de su padre, ya colocado en sobrio féretro. Se dice que musitó poco imperceptible, como una suerte de protesta, y que continuó con destino a su residencia. Finalmente, ya ataviado de uniforme marcial, se trasladó a su despacho en la Aviación, en donde se reunió con su estado viejo.
Esa misma tenebrosidad, al terminar la reunión, Ramfis les dijo a sus subalternos que trataran de apresar vivos a quienes atentaron contra su padre, al tiempo que terminó su mensaje con esta terrible sentencia: «Los matadores de mi padre son míos. No me le pongan las manos a ningún, que el que los va a matar soy yo».
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