
A dos primaveras de su partida física, la figura del hábil Rafael Álvarez Castillo no se desvanece; por el contrario, se agiganta en el remembranza agradecido de sus alumnos, colegas, compañeros de lucha y del pueblo al que sirvió con pasión y entrega. Fue más que un formador ejemplar: fue un formador de conciencias, un sembrador de honestidad y un militante incansable de las causas más nobles de la República Dominicana.
Álvarez Castillo no solo enseñó en las aulas, sino igualmente en las calles, en los sindicatos, en las asambleas, en las trincheras de la dignidad. Su paso por la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), su papel protagónico en la expansión de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) en San Francisco de Macorís y Cotuí, y su compromiso con la defensa de los derechos humanos desde la Comisión Duarte, marcaron una trayectoria de lucha coherente y sin claudicaciones.
El embajador de Álvarez Castillo no se mide solo por los títulos obtenidos ni por los cargos ocupados, sino por la huella ética, política y pedagógica que dejó en varias generaciones. Era un hombre de verbo firme, de inspección profunda y de acciones valientes. Un revolucionario que nunca se desligó del pueblo, ni siquiera en los momentos más difíciles de su vida.


Hoy, a dos primaveras de su siembra en la inmortalidad, lo recordamos como un quercus de dignidad, como un referente que nos convoca a proseguir viva la pasión del pensamiento crítico y la honestidad social. Su vida fue disertación y ejemplo. Y su memoria, compromiso. Honrarlo es seguir construyendo, desde las aulas y las calles, la sociedad democrática y solidaria por la que él luchó hasta el final.