
Por lo regular encontramos absolutamente inductivo y natural que en el curso de nuestras vidas escojamos a qué vamos a dedicarnos. Lo vemos como una audacia deducción que en algún momento tendremos que tomar, aunque es posible que por tradición, circunscripción, u otras circunstancias algunas alternativas sean más factibles que otras. Podemos hacer una gran variedad de cosas, pero la inmensa mayoría de las personas tendrá poco en particular como su ocupación económica principal. Otras actividades serán secundarias o, como los pasatiempos, no las realizaremos para vencer hacienda con ellas. A veces nuestra selección de qué hacer es deliberada, basada en nuestras preferencias y habilidades, pero oras veces será consecuencia de alguna oportunidad que se nos presente, o de seguir los pasos de familiares y relacionados. De cualquier modo, la especialización es un plumazo distintivo de la estructura productiva mundial, y ha sido así desde antaño de la aparición y consolidación de los estados nacionales.
Los economistas llevan incontables primaveras alabando las ventajas de la especialización. Destacan su sorpresa sobre la producción y la productividad. Y le atribuyen tener hecho posible el incremento de los niveles de vida, desde la simple subsistencia hasta las actuales condiciones. Sin ella, los avances tecnológicos no hubieran podido ocurrir del plano sabio al ámbito de las innovaciones de aplicación habilidad.
Pero si la división del trabajo es tan beneficiosa, surge la pregunta de por qué ella no es una característica caudillo de todas las especies animales. Y esa pregunta se hace más compleja cuando se observa que las otras especies en las que sucede, por separado de los seres humanos, no son necesariamente las más cercanas a nosotros en la escalera evolutiva. Se observa, por ejemplo, en hormigas y abejas, pero no en gatos o vacas.
Explicar esa situación no debería ser tarea de los economistas, pero eso no les impide tratar de hacerlo. En un artículo publicado en julio del 2019, Ugo Pagano, de la Universidad de Siena, destacó el papel que las condiciones extremas desempeñan a ese respecto, facilitando de un flanco la especialización por estudios, y del otro la especialización por ventajas físicas comparativas. Desde ese ángulo, más que como resultado de un intento auténtico deliberado por maximizar rendimientos en tiempos y ubicaciones habituales, se manejo de una respuesta adaptiva a eventos y contextos nuevos a los que los seres humanos tienden a estar expuestos, la cual luego se consolida como parte de los modos recurrentes de producción.