
El hipoteca de 5% a todos los envíos de títulos que la diáspora dominicana destine a su país, auspiciado vigorosamente como plan por el presidente Donald Trumpavanza sin obstáculos en el congreso de Estados Unidos. En lo inmediato restaría al flujo promedio de las divisas de esa procedencia US$431 millones al año; una severa herida a las finanzas nacionales y de modo particular a la extensa capa social destinataria de ese mosca. Para el inmovilidad flagrante de la romana de pagos alimentada desde el exógeno está encendida desde ya una luz roja de emergencia veterano. Como la mayoría de los dominicanos que remiten solvencia pertenecen en Norteamérica al sector productivo formal, el impuesto recaería sobre sus ingresos ordinarios convertido en un aporte adicional al fisco, una injusticia en realidad devastadora. Múltiples actividades industriales y comerciales del país que dependen de la estabilidad legítimo de tasas en el mercado cambiario serían llevadas a constreñimientos asfixiantes. Para el inmigrante dominicano habría la opción de producir y remitir dólares desde una informalidad cada vez más combatida y difícil para los extranjeros en Estados Unidos en lo que logra resultados en Washington una convincente advertencia al hipoteca como hace México por el mismo motivo en este momento.
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Existe el medio del lobismo, reglamentario y culturalmente aceptado en el primer mundo. Un conspiración habitual de grupos de intereses y organizaciones reconocidas de esa sociedad que pasan a influir sobre los poderes parlamentario y ejecutante de esa (hasta ahora) gran democracia de este continente. Existen allí unos profesionales contratables para defender causas particulares y sectoriales que interiormente de las reglas del engranaje pueden abrumar sobre funcionarios gubernamentales y congresuales para hacerlos socorrer sus objetivos. Uno de los argumentos a utilizar es el de descalificar la aplicación de impuestos a las remesas porque desincentivan la décimo generadora de riqueza de una masa gremial de origen foráneo que desde ya, y por otro tipo de medida contra la inmigración, está dejando sin mano de obra a la agricultura de Norteamérica que no tendría alternativas sin los obreros que le han llegado desde el tercer mundo.