Por Ernesto Hernández Norzagaray

“¿En qué podemos ayudar para combatir al crimen organizado en tu país? Si quieres podemos dirigir tropas del ejército estadounidense a México”: palabras más, palabras menos, esto le habría dicho el presidente Donald Trump a la presidenta Claudia Sheinbaum, y la respuesta inmediata fue de rechazo. “Podemos cooperar y coordinarnos para combatirlo —le respondió Sheinbaum—, pero sin que esto signifique una intervención marcial en nuestro condado”.

En ese momento se dio por terminada la charla telefónica entre los mandatarios. Unos días a posteriori, en un acto manifiesto, Sheinbaum lo comentó y remató diciendo a los escuchas que México “no es piñata de nadie”, lo que tiene varias interpretaciones y no todas favorecen, porque a una piñata todos le pegan hasta que la destruyen completamente. Y quizá no sea el caso.

Y todo indica que la relación entre los dos mandatarios se encuentra en un mal momento. Con una característica sustantiva: Trump tiene la paila por el mango. Ya le tomó la medida a Sheinbaum, con quien utiliza la dialéctica de la piropo y la desazón, es afirmar: por un costado, dice que la presidenta mexicana es encantadora e inteligente, pero, una vez cubierto este trámite de encantamiento, llega la punzada de la desazón. La pincha con aranceles, militarización, vuelos y navíos infiltrado, exigencias fronterizas, extradiciones, decomisos de fentanilo, diplomacia dura. Y así hasta que tienen una nueva emplazamiento telefónica, bajo la misma dialéctica de presión, sin dar respiro.

Esta logística hasta ahora no prevé que los mandatarios tengan una reunión cara a cara, como sí lo hizo Trump con Mark Carney, el nuevo primer ministro canadiense, lo que significa que la logística con sus vecinos y socios es distinta. Trump ve en los canadienses unos aliados más confiables, al fracción de que ha bromeado diciendo que desearía que Canadá fuera el estado 51 de la Unión Chaqueta y llegó a vocear a Justin Trudeau administrador y no primer ministro, en un acto de descortesía política que no agradó a los canadienses. Hoy las relaciones entre los gobernantes de estos dos países han bajado de intensidad mediática, pero no así con México, donde todos los días escalera la tensión y se ajusta la memorándum a las provocaciones de la relación sinalagmático.

En el momento de escribir este texto, por ejemplo, hubo tres decisiones estadounidenses que sacudieron Palacio Doméstico. La primera, es la probable imposición de un impuesto del 5% a las remesas que los residentes extranjeros en la Unión Chaqueta —legales y no legales— envían periódicamente a sus países, y que cada año en México van en promoción. De hecho, se calcula que por ese concepto el año pasado llegaron al país más o menos de 64.000 millones de dólares; a posteriori de las exportaciones de petróleo, representa la segunda fuente de divisas.

La segunda atrevimiento, es el acuerdo que el gobierno estadounidense tuvo con Ovidio Guzmán, el hijo pequeño de Joaquín El Chapo Guzmán, y que se tradujo en la protección de 17 miembros de esta clan mediante su traslado a condado estadounidense, sin sobrevenir incompleto comunicación con México de que había extraditado unilateralmente al capo sinaloense.

La tercera atrevimiento, más doméstica, más de mediano plazo, es indicativa de que probablemente poco longevo se está cocinando con la emplazamiento narcopolítica, que es un enlace alterado del concepto de narcoterrorismo y que está ya en las leyes estadounidenses: el gobierno estadounidense retiró la visa a Escuadra del Pilar Ávila, la gobernadora del estado fronterizo de Quebranto California, sin dar detalles que motivaron esa movimiento particular poco diplomática y con cachas carga simbólica.

No hay que olvidar que hace poco más de un mes Kristi Noem, la secretaria de Seguridad Doméstico estuvo en Palacio Doméstico y dejó sobre el escritorio de la presidenta Sheinbaum, según trascendió, una tira de narcopolíticos que Estados Unidos quiere que sean llevados delante la honradez estadounidense por sus complicidades con los cárteles de la droga. Se trataría de miembros del aposento y algunos altos cargos legislativos incluso de este y el antecedente aposento federal.

Y eso, de ser así, es un serio problema para la presidenta Sheinbaum, porque significa proceder contra miembros de su partido y podría significar una convulsión política de grandes dimensiones, sobre todo si involucra a quienes se ha identificado como los operadores del expresidente López Taller tanto en el aposento como en el partido y el Congreso federal.  Es ahí donde la agencia Trump aprieta y donde los márgenes de maniobra de Sheinbaum se estrechan.

Claro, hay quien ve en todo esto una oportunidad para que el gobierno deje de tener tutelas políticas que le impiden ejercitar plenamente el poder, pero hacerlo podría tener un stop costo y quizá longevo que la presión de la agencia Trump porque haría trozos el tesina de la Cuarta Transformación (4T), signifique lo que signifique.

Entonces, Sheinbaum probablemente escoja el mal pequeño, que es confrontar a Trump cada vez que tome una atrevimiento que afecte a México, y en tanto mandar mensajes a los políticos de su partido. Solo que sus márgenes de maniobra son limitados en un país polarizado desde las elecciones de la primavera de 2024. O sea, que este diferendo va para dadivoso y pautado por la dosificación de decisiones estadounidenses que podrían terminar minando su liderazgo.

No es descartar que, incluso, en un determinado momento el gobierno de Estados Unidos actúe unilateralmente y haga lo que ya hizo con Ismael Zambada, el fabuloso narcotraficante sinaloense, que nunca había pisado una prisión y está hoy resguardado en una de suscripción seguridad esperando posiblemente una o varias cadenas perpetuas. Entonces, este entretenimiento de poder, de suma cero, como decía el gran Yogi Berra, el catcher de los Yankees de Nueva York, no se acaba hasta que se acaba.