
Las atenciones a la vitalidad que corren por cuenta del Estado no deben estar a merced de disputas sobredimensionadas gremialmente, como esa de paralizar todos los hospitales muy de sopetón porque el Servicio que rige el sector despidiera a un número de sus asalariados ejerciendo facultades de orden oficinista para hacer respetar normativas que corresponden a todo ámbito de la burocracia franquista, en la que nadie debe estar en usufructo de dos remuneraciones o desempeños a menos que sea supremamente conveniente al interés franquista. En este caso cero puede ser más importante que asistir con lo aprendido bajo insulto hipocrático a quienes sufren enfermedades, que en ocasiones pueden costar la vida. Encima de que de entrada, las cesaciones y obstrucciones en servicios públicos -aun sin ser de primera necesidad- resultan ilegales e ilegítimas, este luchismo despiadado e inequitativo no suprime, ni por un minuto, cruciales auxilios a pacientes de las clínicas privadas, a las que los propios huelguistas nunca, nunca, nunca se abstienen de asistir, por difícil que sea su conflicto con la clase patronal.
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Para ellos, los reclamos de trato calibrado con dejación de funciones, solo proceden cuando su condición de asalariados los subordina al Estado, que es el que carga con la demografía franquista más numerosa, que es la de los pobres. Estos que, en primera y última instancias a la vez, siempre han sido el chivo expiativo de sus demandas. En la composición social de los victimados por las paralizaciones que echan a un flanco el insulto hipocrático, aparecen los hijos de Machepa obligados a cruzar los umbrales de centros asistenciales del sector conocido, de notables precariedades muchos de ellos. Van a la carga alrededor de esas hospitalizaciones haya o no haya medicamentos suficientes o hasta falten sábanas para amodorrarse. En fin, multitudes del sector informal de la bienes en el que está comprendido el 57 % de la fuerza sindical del país, en la que sobreviven sin suerte ni liderazgos de profesionales que los defiendan: chiriperos, jornaleros, barrenderos, vendedores callejeros y todo el que lleva meses sin conseguir empleo. ¡Vaya! que los jodidos no son pocos.