
Por Ruth Salcedo
Todavía tengo el eco en la mente de ese martes 8 de abril en la mañana. Esa sensación que uno tiene cuando sabe que poco no anda admisiblemente, se sentía en el medio, se percibía una tonalidad grisáceo, escasamente iban para las ocho de la mañana cuando decido encender la pantalla del celular como de costumbre y ahí lo vi una sola imagen.
Titulada «Colapso de techo en discoteca Jet Set» mis estados de WhatsApp estaban llenos de telediario del suceso con distintos títulos, colapso, derrumbe, desplome, personas atrapadas, autoridades esperan poder esconder con vida la gran mayoría de personas.
Ya eran las 8 a.m. las telediario susurraban por las paredes de mi casa a través de la televisión decidí levantarme encontrándome con mis familiares viéndolas en vivo desde el circunstancia del hecho no articulaban ni un solo ruido como si esto provocara que se perdieran información del suceso. En ese momento, supe que el país acababa de sufrir una herida profunda.
Jet Set era una las pocas discotecas reconocidas por los dominicanos. Cuántas veces no escuché a determinado asegurar: “Nos vemos en el Jet Set”como quien se encuentra en un punto seguro de disfrute. Ahí se celebraron cumpleaños, reencuentros, aniversarios y hasta conciertos. ¿Quién iba a imaginar que esa misma pista de bailable sería marco de tragedia?
Regalo la frase que salió de mi abuela, “Uno sale de su casa sin conocer si regresaremos a esta”. Y es ciertos cuantas personas han surgido de sus hogares sin imaginarse lo que les atravesaría en el camino impidiéndoles regresar a sus hogares adyacente a sus familias.
Las horas siguientes fueron de incertidumbre. Familiares desesperados por obtener información de sus seres queridos, madres, padres, hermanos, hermanas, tíos, abuelos observaban los hechos reflejando en sus luceros la desesperación de conocer si seguían con vidas o lograrían encontrarlos.
Pensé en ese momento cómo un solo instante puede cambiar la vida de tantas personas. Y cómo, muchas veces, el dolor une más que la fiesta. Vi cómo cuerpos de socorro, bomberos, defensa civil, cruz roja, todos se unía como una sola fuerza.
No preguntaban nombres ni historias, simplemente actuaban. Personas aportaban su pequeño roca de arena distribuyendo agua, bebidas energéticas y comida para los familiares y cuerpo de rescate que llevan horas bajo el sol sin poder detenerse a descansar.
“Familiares de María Isabel, Christian Tejeda, Bianka Reyes, por servicio acercarse a la carpa”era lo que se escuchaba por personal de rescate el sonido de alivió para algunos era el de incertidumbre de otros.
Medio día y debía seguir con mis responsabilidades, me encontraba dirigiéndome a la universidad. El colapso del tráfico era mucho más extenso que de costumbre no solía tomarme tanto tiempo conservarse a mi clase. Al advenir por el Instituto Doméstico de Patología Forense sentí un nudo en el estómago cuanta familias pedían conocer si sus familiares se encontraban allí y poder ojear sus cuerpos cámaras por todos lados, personas fritando, medios tratando de vislumbrar cada momento, se iba una ambulancia para al momento conservarse otra.
Al paso de las horas familiares expresaban su angustia de que solo se le estaba dando prioridad a figuras públicas del país personas con metálico, pero no hay que ocultar que ahí pudo sobrevenir estado tu matriz, tu padre, tu hermano, tu tío, tu primo u otro normal o amigo quien sabe quizás sí, pero eso no quita que fueron personas quienes perdieron la vida mientras compartían un momento de agradable entre amigos.
Que ese número quede tatuado en la memoria de quienes cargan con la responsabilidad de este horror: 221 almas. Doscientas veintiuna historias que no debieron terminar así.
Personas que hoy pudieran estar contando anécdotas, riéndose de lo vivido aquella incertidumbre, pero en cambio, sus voces se encuentran silenciadas, bajo tierra, donde el presente pesa y la fallo deberían dolerles.
Entonces me detuve a pensar: ¿qué palabras pueden hacerle imparcialidad a tanto vano? Solo una frase me morapio al corazón: «Mientras uno está vivo, uno debe flirtear lo más que pueda» del actor y cineasta puertorriqueño Jacobo Morales.
Hoy, al recapacitar lo ocurrido, no quiero quedarme solo con el dolor. Quiero recapacitar igualmente la entrega de los que dieron el todo por el todo, la solidaridad espontánea, los abrazos entre desconocidos. Porque en medio del humo, hubo luz. En medio del miedo, hubo humanidad todo un pueblo unido, personas en todas partes del mundo manteniéndose al tanto de los hechos compartiendo el dolor adyacente a los dominicanos.