
Es difícil construir niveles de civilización institucional cuando predomina una razonamiento de confrontación permanente. Una sociedad se ve estancada y postergada en sus metas fundamentales cuando no se priorizan los pactos ni una civilización de entendimiento entre sus actores esencia. La veterano responsabilidad recae sobre las dirigencias que, atrapadas en una dinámica de enfrentamiento trivial, son incapaces de comprometerse con un real esquema de nación. Esta distorsión, aunque parezca simple, conlleva consecuencias profundamente dañinas.
Los dominicanos debemos enemistar nuestras problemáticas estructurales desde una visión colectiva, dejando en pausa, al menos por periodos determinados, el afán competitivo, y dando paso a lo verdaderamente prioritario para la sociedad. Nos dejamos deslizar por agendas precipitadas, y la fuerza del argumento ha sido reemplazada por el insulto obvio y la descalificación sin sustancia. Desde legítimas aspiraciones políticas hasta la superficialidad de las redes sociales, parecemos más entusiasmados con el chisme y la calumnia que con el diálogo constructivo. Así, terminamos edificando un país fragmentado y distante de la amistad indispensable.
Puede descifrar: Mal de muchos
La desemejanza de criteriostan necesaria en una democracia, se ha teñido de partidismo, y en muchos casos, expresa la frustración de aquellos cuyos proyectos electorales no prosperaron. Puntada con observar el tono de muchas impugnaciones para notar la incapacidad de distinguir entre la batalla por el poder y las aspiraciones ciudadanas que trascienden el ciclo electoral. Esta tendencia a la descalificación permanente amenaza con invalidarnos a todos.
Hoy, la nación necesita una mecanismo mínima en torno a temas fundamentales que, aunque a veces se distorsionen por posiciones radicales, son de optimista importancia para el conjunto de la sociedad. Migración, seguridad ciudadana, empleo, crecimiento crematístico, brecha digital, servicios públicos eficientes, vitalidad, educación y calidad salarial deben ser la saco de un debate serio y propositivo. Un diálogo capaz de delinear una política de Estado que nos unifique en su búsqueda. Ya habrá tiempo para la confrontación electoral.
La amistad social que necesitamos exige sazón de parte de nuestras élites dirigentes. No puede seguir siendo rehén de intereses mezquinos, centrados en la producción de votos o en hacer fracasar al gobierno de turno. De persistir este rumbo, nunca alcanzaremos un real sentido de nación, y seguiremos alimentando ese discurso pesimista que nos condena a la frustración colectiva. Por eso, los “José Ramón López” del presente se multiplican, abonando la inviabilidad de lo que tanto sacrificio costó: crimen derramada, destierro, luchas políticas y abriles de trabajo dedicados a la construcción de un país mejor. Todo eso parece estar distante en la tónica contemporáneo .¡Todavía estamos a tiempo!