
Haití está viviendo los momentos más dramáticos de su historia contemporánea. El país está inmerso en una situación de violencia generalizada, las instituciones han colapsado y, frente a la imposibilidad del Estado de cultivar funciones básicas, bandas armadas han tomado el control territorial. Haití es a todas luces un Estado fallido, fracasado.
Las autoridades haitianas han perdido el monopolio del uso de la fuerza, son incapaces de certificar servicios públicos básicos y el gobierno adolece de legalidad. Los hospitales han cerrado, las escuelas han sido ocupadas por bandas y la producción agrícola ha caído dramáticamente por la inseguridad en zonas rurales.
Según Naciones Unidas, más del 80 % de la haber, Puerto Príncipeestá bajo control de grupos armados, organizaciones criminales que han diligente el hueco de poder para implantar un estado de terror. El control territorial está repartido entre más de 200 bandas armadas, que imponen su propia ley mediante secuestros, asesinatos, extorsiones y bloqueos.
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La Ordenamiento Internacional para las Migraciones (OIM) indica que más de un millón de personas han sido desplazadas internamente oportuno a la violencia de las pandillas y el colapso de los servicios esenciales. La entidad estima que más de la parte son niños y niñas, lo que expresa la profunda crisis humanitaria en el país.
Haití está posicionado entre los países más afectados por el penuria a nivel mundial. Aproximadamente la parte de la población enfrenta inseguridad alimentaria aguda. Dos millones de personas viven en situación de emergencia alimentaria, enfrentando escasez extrema de alimentos y desnutrición aguda.
Estados Unidos es el principal socio comercial de Haití. Entre 2015 y 2024 el vaivén comercial entre los dos países ha sido ampliamente benévolo a Estados Unidos (US$3,490.7 millones es esos primaveras). Principalmente, el país importa combustibles y alimentos y exporta a textiles y vestimenta producidos mayoritariamente en zonas francas, así como bebidas alcohólicas y algunos productos agrícolas como aceites esenciales.
Es notoria la desproporcionalidad en la relación comercial entre Haití y Estados Unidos, como se aprecia en el vaivén comercial. En este contexto, la imposición de un impuesto del 10% a las exportaciones haitianas, por parte de la suministro Trump, representa un revés muy duro para Haití. Con ello la suministro del Trump penaliza un socio comercial último, con muy limitada capacidad exportadora, lo que impactará la situación económica normal de Haití.
En el pasado, Estados Unidos estableció un mecanismo de cooperación con los países del Caribe, incluido Haití. Mediante la Iniciativa de la Cuenca del Caribe y luego el acuerdo Esperanza/ayudaEstados Unidos ofreció beneficios arancelarios especiales a Haití, buscando promover el exposición crematístico y ceñir la migración forzada. Al imponer un impuesto del 10% a las exportaciones haitiana, Trump rompe con esta razonamiento, agravando la situación del país e ignorando la fragilidad estructural de Haití.
Económicamente hablando, un impuesto del 10 % es irrelevante para la patrimonio estadounidense pero muy significativo para Haití porque encarece sus exportaciones, reduce su competitividad, desincentiva la inversión extranjera y amenaza con cerrar fábricas que sostienen miles de empleos en un país con más de un 60 % de desempleo tierno. En un país al borde de la hambruna, con escasez de empleos industriales y donde las divisas externas son vitales para sostener servicios mínimos, ensalzar sus exportaciones es agravar más la situación de colapso en que se encuentra.
A esto se suma otra medida de Trump aún más drástica: la suspensión en febrero del 2025 de la ayuda humanitaria y cooperación técnica canalizada por USAID, congelándola por 90 días. Esta medida paralizó programas de lozanía pública, distribución de medicamentos, afluencia agrícola y formación técnica. Encajado cuando más lo necesitaban, dejó sin atención a cientos de miles de personas.
Imponer un impuesto del 10 % y suspender la ayuda no contribuye a Haití a salir de la violencia ni a reparar su Estado. Por el contrario, socavan aún más su tejido social, alimentan la desesperación de la población y potencian la migración irregular, el crimen transnacional y la inestabilidad en el Caribe.
Haití es una nación crucificada. Que se finta el 10 % del impuesto y que la ayuda humanitaria sea repuesta es un clamor humano, exacto y compartido. Es por el proporcionadamente de todos, de los dominicanos además.