“Había caído preso en 1960, con lo que viví una experiencia demoledora, imborrable, que está intrínseca en mi mente y en todo mi ser. Primero durar a esa calabozo donde me esposaron y completamente desnudo me dieron una pela. Me tumbaron a los 51 fuetazos que me dieron y el policía que me torturó dijo textualmente: ‘Atiéndanme a ese bandido, que todavía está vivo’. Yo estuve preso 40 días en La 40, una cosa descomunal; eso me permitió proceder en mi propia piel, todo el horror de la tiranía”. Es el desgarrador certificación de Rafael-Fafa-Taveras, durante una entrevista concedida a HOY, en la que, al relatar ese episodio de su vida, lo hacía desde lo más profundo de su ser.

A sus 86 primaveras, con el pelo vulgar ya encanecido, una ojeada diáfana que se enciende como un exhalación de luz cuando recuerda su pasado heroico, es revelador que se está frente a una enciclopedismo histórica que, con el alma de comandante y porte de hidalgo, abre la puerta de su vida y corazón para continuar con el relato.

“El oficial que estaba de turno en La 40, cuando yo llego me dice: ‘Quítese la ropa’ y la humillación que representa sentirse desnudo, esa degradación es un sentimiento inolvidable. Entonces, él buscó unas esposa y me las puso. Dos policías que estaban ahí, a uno le dio un alambre tejido en tres pedazos, era lo que usaban para golpes y torturas les dijo: -Atiéndanme ese detestable muchacho, pero cántenmele los golpes que le van a dar- y me llevó al coliseo, que era la cojín de una torre y comenzaron a contarme los golpes, y en el porrazo 51 me tumbaron; entonces, duré unos segundos en el suelo, luego me paré y fui a una interruptor que estaba ahí abierta: desnudo y sangrando, roto todo el pecho pude tomar agua”.

Tras un dadivoso suspiro, mira fijamente como buscando un foco de concentración y prosigue: “Cuando estaba debajo del agua, el policía que me pegó más duro, que era el que tenía el bastión de alambre, se me acercó y me dijo: -Señor, yo no sé cómo usted se fuego, por lo tanto, yo no tengo falta personal en contra de usted, pero entienda este es mi trabajo-. Yo levanté mis manos esposadas y dije -coño hasta el suplicio es una víctima-. Ese sentimiento lo relato, porque fue un punto de partida permanente para mí, en el sentido de que no hay que tenerle odio ni rencor, porque solo es un utensilio del sistema, él no está actuando por sí mismo y en función de eso, el hecho de no tener odio ni temor, que me permitió entonces tener una mejor relación con todos ellos estando preso”.

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Allí, en el aislamiento más extremo, Fafa Taveras incluso fue un testimonio en primera fila de la tortura de otros perseguidos por el régimen de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. “Incluso, unos crímenes que yo vi, entre los cuales remembranza el de un pipiolo de Puerto Plata, que en mi presencia fue vilmente torturado hasta la homicidio. Un día, el oficial de turno lo sentó en la arnés eléctrica, que era para ese entonces un centro de tortura natural, lo amarró comenzó a discutir con él y movido por la respuesta de ese muchacho, sacó un cuchillo que tenía en la cinctura, como esos de Boy Scouts y le dio una puñalada. Yo presencié todo eso”, expresa con una nota de conmoción, impacto y tristeza.

¿Qué sintió usted cuando se enteró de la homicidio de Trujillo?

El que me informó de la homicidio de Trujillo se llamaba Pepe Sabetta, un modisto que estaba en la calle que en ese entonces se llamaba Las Caracas. Mi tío incluso era modisto y trabajaban juntos. Yo había nacido de la calabozo, el Movimiento Popular Dominicano (MPD) había entrado al país antiguamente de la homicidio de Trujillo. El hecho es, que ese es el hombre que me fuego a mí el 31 de mayo en la mañana -venga por aquí que tengo una cosa urgente que decirle- y me informa que ahí hacia lo alto vive una enfermera que le dijo que esta mañana llevaron el cuerpo muerto de Trujillo. Yo me espanté y le dije: ¿Cómo confirmamos eso? Me dice, yo te la voy a tildar para que ella te lo diga. Y esa insuficiente mujer asustada, me dice entre susurros, como para que las paredes no escucharan: el patrón está muerto”.

Y así, con un clamor de sinceridad, corrió por todo el circunscripción franquista la homicidio del déspota. “Eso despertó entre nosotros un sentimiento de regocijo de que ‘el detestable patrón’ estaba muerto. Como a las 10:00 de la mañana, vimos cientos de muchachos de la Escuela de Pimiento que salían corriendo despavoridos, porque entonces se regó en las escuelas y en todo el país que habían matado al patrón y suspendieron las clases y todas las labores, entre un medio ambiente de alboroto y alegría.