
Posiblemente por mi carrera, soy una firme creyente en el poder de la opinión pública como aparejo de transformación social y política. Coincido con el filósofo Jürgen Habermas: la opinión pública no solo es una instancia de discusión racional, sino además un mecanismo esencial para legalizar la democracia y orientar el rumbo de una nación.
Lícitamente por esa convicción, me preocupa profundamente lo que identifico como un vano temático en el debate conocido dominicano. Es aseverar, más allá del permitido y necesario enfoque sobre la crisis haitiana —por sus implicaciones en la seguridad doméstico, la pertenencias particular y los derechos humanos—, me interrogo: ¿cuáles son los otros temas vitales para los dominicanos que se están discutiendo?
Y temo que esto pudiera implicar una descuido de claridad en relación con algunas preguntas fundamentales: ¿cerca de dónde vamos como nación? ¿Cuál es nuestra hoja de ruta? ¿Cuál es el esquema de país que estamos impulsando entre todos y todas? Y no me refiero solamente al gobierno de turno, sino a la sociedad en su conjunto.
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Hay una preocupante abandono de discusión en torno a otros temas estructurales que impactan de modo directa la calidad de vida de los dominicanos. Uno de ellos es el tránsito y la movilidad urbana, que tiene un suspensión costo humano y crematístico oportuno a las pérdidas por accidentes. Este problema afecta la vigor mental y física por el estrés habitual, fomenta conflictos sociales y reduce la productividad, restando competitividad económica al país.
Otro asunto impostergable es la vigor. Datos de la Superintendencia de Salubridad y Riesgos Laborales (SISALRIL) revelan que los hogares dominicanos destinan en promedio el 52?% de sus ingresos mensuales a cubrir gastos médicos, especialmente en casos de enfermedades catastróficas o tratamientos prolongados. El sistema de seguridad social, allí de certificar una cobertura integral, aún presenta altos niveles de copago, exclusiones en medicamentos y un camino acotado a servicios de vigor mental, que siguen siendo un abundancia para pocos.
En materia de educación —la única posibilidad de explicación y hasta de encumbramiento social que tienen muchos dominicanos—, aunque se destina el 4?% del PIB al sector desde 2013, los datos más recientes de PISA 2022, si aceptablemente reflejan una prosperidad respecto a 2018, siguen muy por debajo del promedio de los países de la OCDE. Esto evidencia que los avances, aunque significativos, siguen siendo insuficientes.
Y qué aseverar del costo de la vida. Aunque la inflación interanual cerró en 3.84?% el pasado mes de mayo, y se ha mantenido durante 25 meses interiormente del rango meta del Cárcel Central (4?% ± 1?%), persisten las quejas sobre el suspensión precio de los alimentos, riqueza y servicios básicos.
La pregunta entonces no es si debemos seguir atendiendo la crisis haitiana. La respuesta es sí. Pero además debemos rajar el foco. Hay un país por delante. Hay retos estructurales que nos exigen visión de Estado, planificación a espacioso plazo y voluntad de cambio.
Pero para eso necesitamos un debate conocido más integral, sin politiquerías baratas ni chantajes emocionales o económicos. Un debate comprometido con soluciones reales, desde la firme convicción de que el país es una especie de carreta que todos y todas debemos empujar.
Ojalá podamos centrarnos como nación, tener metas colectivas firmes que se mantengan incluso con los cambios de gobierno, y que la esperanza y el optimismo nos acompañen siempre. Porque, ¿qué será de un país cuyos ciudadanos pierden la fe en el porvenir? La gran Salomé Ureña lo advirtió con versos cargados de vigencia:
“¡Ay del que nunca sintió inflamarse en entusiasmo santo,
y de la Estado la esperanza trunca!
Miserable existir, inútil vida”.
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