
Hay días en que un país parece detener la respiración. Como si el canción se volviera más denso, como si la rutina no tuviera sentido y todo se redujera al silencio que sigue a una herida colectiva.
Pero incluso en esos días, la vida — terca y luminosa— insiste en desaparecer paso. República Dominicana ha aprendido, a lo espacioso del tiempo, a caminar con cicatrices. Ha llorado pérdidas, ha enfrentado golpes, y sin incautación, sigue de pie. En medio de la adversidad, cuando parece que todo se ruina, lo esencial se revela en el valencia de la muchedumbre. Hoy más que nunca debemos desempeñar el arte de mirar al otro. No con prisa ni indiferencia, sino con la empatía que construye futuro.
Este país tiene por delante retos grandes, sí. Pero además tiene una reserva infinita de dignidad, de voluntad y de sueños. República Dominicana ha aprendido a caminar entre heridas. Lo ha hecho muchas veces.
Y ese formación no ha sido en vano. Ha forjado un pueblo que no se deja consumir por el miedo. La vida continúa, incluso cuando duele. Y si va a continuar, que lo haga con propósito. Que el paso venidero no sea maquinal, sino decidido. Más humano. Más ajustado.
Más consciente de lo que vale la pena cuidar. Porque la esperanza no se impone. Se elige. Y este país, con todo y sus heridas, sigue eligiéndola. Ahora es tiempo de retornar a mirar con destino a delante. No desde la despreocupación, sino desde la conciencia de que hay un país que no puede detenerse.
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