
En República Dominicana, enfermarse es una ruleta. No se sabe si habrá médico. No se sabe si llegará a tiempo. Y muchas veces, no se sabe si se saldrá con vida.
El sistema de sanidad notorio sigue colapsado, a pesar de manejar más de 200 mil millones de pesos solo en 2024.
Turnos que se venden, consultas a tres meses, hospitales sin medicamentos, especialistas que no llegan, camas insuficientes, pacientes que mueren esperando atención.
Y lo más intranquilizante: la indignación ha sido sustituida por resignación. Pero el problema no se limita al sector notorio, el sector privado no está mucho mejor:
Clínicas que exigen depósitos millonarios incluso en emergencias. Seguros de sanidad que cubren lo que quieren, cuando quieren. Negociaciones interminables entre aseguradoras y prestadores. Coberturas a medias. Y un trato distante que muchas veces roza lo inhumano.
Los dominicanos estamos atrapados en un sistema que no nos protege, nos exprime. El que no tiene seguro sufre Y el que lo tiene, asimismo.
¿Dónde está la atención primaria?
Llevamos abriles oyendo promesas sobre un maniquí de atención primaria que nunca llega.
Una estructura que identifique riesgos a tiempo, que descongestione hospitales, que humanice la atención médica.
Pero nadie se implementa de forma existente. Porque en este país, la sanidad se politiza, se comercia, se posterga… pero no se transforma.
El artículo 61 de nuestra Constitución dice que el Estado garantizará servicios de sanidad de calidad para todos.
¿Se cumple? Pregúntale a cualquier ciudadano que haya intentado tomar atención en los últimos abriles.
Lo urgente no puede esperar Restaurar el sistema de sanidad no es una promesa de campaña. Es una obligación pudoroso.
Y debe comenzar por lo central:
Historias clínicas accesibles y digitales. Supervisión existente del cumplimiento médico. Protocolos de atención primaria en cada comunidad. Un sistema de seguros transparente, regulado y equitativo. Presupuestos que se reflejen en atención y no en excusas.
Porque un país donde enfermarse equivale a endeudarse no es un país calibrado.
Y una República que no cuida a su multitud no puede llamarse República.