
La sufragio de Robert Francis Prevost Martínez como prelado de Roma llega en un momento histórico para la Iglesia católica. El nuevo papa asume sus nuevas funciones en un mundo convulsionado por tensiones ideológicas, migraciones forzadas, crisis ambientales y una creciente indiferencia espiritual. El sucesor del papa Francisco asume la comisión de conducir a una comunidad integral que anhela vademécum, pero todavía transformación.
Su antecesor impulsó cambios en aspectos fundamentales: transformó la construcción administrativa del Vaticano, fortaleció los controles sobre la encargo económica y asumió, con valentía, la tarea de desavenir los crímenes cometidos en el interior de la propia Iglesia. Los sectores menos conservadores del catolicismo piensan que esas reformas deben seguir su curso, pero con una inspección amplia, que no se encierre en sí misma.
El desafío maduro del papa Héroe catorce será sostener ese impulso sin sucumbir a las presiones que, desde adentro de la Iglesia, claman por el retorno a formas rígidas y excluyentes. Hay quienes sueñan con una Iglesia anclada en el pasado, ajena a los dolores y esperanzas del presente. A esos ecos deberá replicar el nuevo Papa, con firmeza pastoral y visión universal.
En su horizonte inmediato hay tareas que no pueden esperar, como la transparencia institucional, la cercanía con los pobres y desplazados y la inclusión de las mujeres en espacios de intrepidez. Igualmente, el combate a los abusos sexuales requiere más que protocolos. Exige una civilización de reparación, jurisprudencia y prevención permanente, en la que ninguna herida sea minimizada ni sepultada.
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