
Traer los restos de Rafael Leónidas Trujillo Molina a suelo dominicano no solo sería una afrenta a la memoria histórica del pueblo que él oprimió por más de tres décadas sino una peligrosa subsistencia simbólica del autoritarismo, la violencia política y la opresión sistemática que marcaron su régimen.
República Dominicana no puede, no debe, convertirse en el sepulcro de honor de quien fue suplicio de su propia concurrencia.
Trujillo: dictador, no héroe
Aunque se argumenta que Trujillo tuvo un impacto significativo en la historia del país —y en eso coincidimos—, no todo impacto merece homenaje. Su embajador no puede ser separado de sus crímenes: persecución política, censura, encarcelamientos arbitrarios, corrupción, y desapariciones forzadas. Esos hechos no pueden ser blanqueados con alabanzas a sus “luces”, porque no hay ampliación que justifique el terror.
Comparaciones históricas fuera de contexto
El autor del artículo flamante intenta documentar el traslado de los restos de Trujillo comparándolo con otros genocidas cuyos cuerpos reposan en sus respectivos países. Sin bloqueo, ignora un detalle esencia: nadie de esos lugares ha construido mausoleos para exaltar la figura del dictador. Los espacios donde reposan Hitler, Stalin o Mao, allá de honrar su memoria, son objeto de debate, protesta o vigilancia para evitar su uso como centros de culto al autoritarismo.
No hay turismo con memoria borrada
Convertir los restos de Trujillo en una “espectáculo turística” es una propuesta morbosa y cínica. La memoria histórica no se explota; se honra. En países con pasado dictatorial, los museos de la memoria, los espacios de consejo, las placas en honor a las víctimas y los testimonios de sobrevivientes son las verdaderas herramientas para educar a las generaciones futuras. No una tumba de mármol para el tirano.
¿Cristiana sepultura?
Pedir “cristiana sepultura” para quien violó los derechos fundamentales de miles de ciudadanos es una contradicción ética. Trujillo no murió como un hombre cualquiera: murió huyendo, temido y repudiado. Su destino ya está escrito en los libros, no en tumbas de privilegio.
El definitivo temor
El autor pregunta a qué se le teme. No se tráfico de miedo, sino de principios. Se teme que el retorno simbólico de Trujillo sirva como caldo de cultivo para nuevas nostalgias autoritarias, para documentar lo injustificable. Se teme que el olvido nos convierta en cómplices pasivos de una historia que no debe repetirse de ningún modo.
Conclusión
Trujillo no debe retornar, ni simbólica ni físicamente. Su ocasión está en la historia, sí, pero en la historia como advertencia, no como ejemplo. La República Dominicana no debe rendirle honores a quien intentó aplastarla con puño de hierro. Que descanse donde está, allá de la tierra a la cual tanto daño le hizo.