
Por Santo Gomera
Se acerca una enorme cúmulo peregrina desde el Sahara, condimentada de polvo, calor y cristales de arena. Viene acompañada de tambores africanos, de rugidos suaves y salvajes, ocasionada por ese rumbo osado que besó aquellos médanos ardientes, levantando en ese toque pasional una tolvanera de versos y sueños; los cuales fueron capturados in fraganti por un safari atrevido en un oasis tropical desértico.
Llegó con altivez a la bella Quisqueya flanqueada inexplicablemente por sargazos traviesos; ella pretendiendo cubrir con su capa corriente de espanto, el divino encanto del firmamento celeste; ellos, los sargazos marinos insistiendo en marchitar con mareas pardas y olores pútridos, el atractivo de esas playas idílicas, de arenas blancas, vistosas, alineadas y cortejadas por palmeras coquetonas.
Al encontrarse el rumbo del trópico caribeño con aquella espesa cúmulo viajera, estornuda polvo saharaui desde sus fosas invadidas y angustiadas. A su vez intenta extender su canto sostenido hasta el horizonte infinito, pero esa polvareda cenicienta le impide alcanzar notas altas con autogobierno, fortaleza y espíritu antillano. Insiste en demoler con intrepidez e independencia, pero no puede realizarlo como lo hacía días anteriores, porque sus alas están entumecidas por esa calima pirata y conquistadora cargada de minerales volátiles que le aprisiona como si fuese una camisa de fuerza.
Mientras le aconteció esa experiencia al rumbo; el mar que baña el malecón de Santo Domingo está inquieto, al ver que sus olas añil y espumosa naufragan aparatosamente sin acordes musicales en las amadas costas caribeñas; todo por estar invisibilizadas por un esfera gris y húmedo en apariencia, fruto de una masa de ambiente sahariana que arribó sin tener visa de entrada.
Ese mismo mar soñaba que, al venir el alba, se iba a encontrar como aquellos días, con una sonrisa apacible que se descubre en la vastedad del sentimiento, pero su sueño se esfumó con profunda nostalgia al presentarse con la brevedad del tiempo el crepúsculo de una historia que no se contó. Verdaderamente hoy sus luceros inmensos y profundos no pudieron contemplar el sol como ayer, por la irritación en sus pupilas vírgenes.
Y volvió a despertar el sol con destellos opacos y somnolientos, embargado por la sudoración excesiva que le genera competir con esa densa polvareda que viene del páramo de un sufrido continente, que cuando grita forja remolino tumultuoso de arenas de dolor y diamantes. Definitivamente, el Sahara se mece en el rumbo de mis versos escondidos, se agita en mis pensamientos metafóricos con una sensación viva de sequía, calor, miel y oasis. Y provoca que el firmamento se torne anubarrado sin humor de votación; haciéndonos existir un espejismo de chaparrón.