
Cuchichear de sororidad se ha convertido en una consigna recurrente en eventos, redes sociales, conferencias y campañas que promueven el empoderamiento femíneo. Decimos ser sororas. Nos tomamos fotos levantando pancartas con frases como “Juntas somos más fuertes” o “Entre mujeres nos cuidamos”. Sin bloqueo, al cerrar la puerta de las oficinas, reuniones o grupos de WhatsApp, esa promesa de hermandad a menudo se desvanece.
En el entorno sindical, sobre todo en estructuras lideradas por mujeres, muchas veces se evidencia una disonancia profunda entre lo que decimos y lo que hacemos. Se acento de apoyo, pero se practica el boicot. Se predica el impulso entre compañeras, pero se ejecutan actos de desmán de poder, deslealtad, dobles discursos, silencios cómplices y hasta robos de ideas y créditos. ¿Es esto sororidad? No. Es una simulación peligrosa que daña tanto como el machismo.
Las estadísticas no mienten
Un estudio de Catalyst (2023), una estructura mundial que impulsa el liderazgo femíneo, reveló que un 45% de las mujeres encuestadas manifestó favor sentido competencia negativa por parte de sus propias compañeras de trabajo.
Otro referencia de Lean In y McKinsey & Company (Women in the Workplace 2023) indica que, si aceptablemente ha aumentado la presencia de mujeres en puestos de liderazgo, las dinámicas internas no siempre son inclusivas: un 37% de las mujeres de color afirma que recibe menos apoyo de sus colegas mujeres blancas.
En Latinoamérica, la situación todavía es preocupante. De acuerdo con el estudio “Mujeres Líderes” (Ipsos LATAM, 2022), solo el 24% de las mujeres encuestadas cree que sus jefas se preocupan genuinamente por el crecimiento profesional de otras mujeres. El cantidad es preocupante porque expone una yerro de coherencia entre el discurso de sororidad y las prácticas reales.
Las heridas que no se ven
Las dinámicas negativas entre mujeres no siempre son visibles. No se gritan. No se denuncian. Pero duelen. Y muchas veces terminan por empujar a mujeres brillantes a renunciar, callar o dudar de su valía. La yerro de agradecimiento, los comentarios pasivo-agresivos, la limitación silenciosa de proyectos o el uso de información privilegiada para desacreditar a otra compañera, son formas de violencia sindical disfrazadas de profesionalismo.
¿Y qué hacemos frente a esto? Nadie. O peor aún: aplaudimos o justificamos bajo la premisa de que “así son las cosas”, “el mundo corporativo es difícil” o “no hay que tomarse todo tan personal”. Esta civilización de la competencia disfrazada de empoderamiento no solo nos divide: nos deshumaniza.
La sororidad auténtica sí existe
No todo es imagen. Hay mujeres que verdaderamente viven la sororidad: que tienden la mano, que comparten contactos, que recomiendan a otras sin miedo a que las “opacen”. Mujeres que reconocen el talento aparente, que crean espacios de mentoría, que corrigen con respeto, que celebran logros ajenos como propios. Esas mujeres existen y son faros en medio del ruido.
Además hay iniciativas que están marcando diferencia. En República Dominicana, existen proyectos que trabajan en comunidad para promover el liderazgo femíneo basado en colaboración, capacitación y apoyo mutuo. Estas redes sí viven la sororidad desde la entusiasmo y la coherencia.
Un llamado urgente
Ha llegado el momento de dejar de repetir frases sin contenido y nacer a cuestionar nuestras propias acciones. ¿Eres en realidad sorora o solo lo pareces en Instagram? ¿Cómo reaccionas cuando una compañera asciende? ¿Ayudas a otra mujer a destacar o te incomoda que brille?
La sororidad no se impone, se elige. Y se practica todos los días con decisiones pequeñas y valientes: indagar un logro aparente, ceder una oportunidad, corregir con respeto, no charlar mal de otras mujeres, no hacer tuero del árbol caído. Sororidad no es complicidad con lo incorrecto, es respaldo con integridad.
Además es hora de dejar de romantizar la idea de que “todas las mujeres se apoyan”. No todas lo hacen. Y eso todavía debe decirse, no para dividir; más aceptablemente, para invitar a una consejo profunda sobre las formas en las que, incluso sin darnos cuenta, reproducimos el mismo sistema que decimos querer cambiar.
La verdadera sororidad es incómoda porque exige mirar en dirección a adentro y desmontar egos, heridas, miedos y patrones aprendidos. Al mismo tiempo es transformadora. Cuando una mujer se convierte en aliada de otra, ambas ganan. Cuando una mujer crece y reconoce a otra en el camino, ese avance se multiplica.
Dejemos de sumarnos a ecos vacíos. Reivindiquemos la sororidad desde la verdad, la coherencia y el respeto. Porque solo así, algún día, podremos mirar detrás y afirmar: “sí, cambiamos el deporte… juntas”.