
El lunes 2 de junio se realizó un acto social y cultural con el leyenda “La solidaridad es mi bandera” en la UASD, organizado por el Colectivo de Migración y Derechos Humanos. Distintas organizaciones sociales, culturales y políticas expresaron su solidaridad con la población migrante haitiana que sufre discriminación, excepción y maltrato solicitando su regularización para ganar el respeto a sus derechos: laborales, lozanía, educación, seguridad social y a la vida.
El acto contrarresta el discurso de odio promovido desde las redes sociales y medios de comunicación alrededor de las personas migrantes haitianas.
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La solidaridad es una maña social muy arraigada en la cotidianidad de la población dominicana que reside en barrios marginados y comunidades rurales. En esa solidaridad juegan un rol importante las mujeres, quienes desarrollan una agricultura silente y aparentemente invisible de sostenimiento de la cohesión social desde las redes de cuidado de la comienzo, personas adultas mayores y con condiciones de discapacidad.
Las redes ofrecen a las comunidades un sostén sensible, social y crematístico en el que la pobreza y su cruda efectividad de escasez y carencia tiene paliativos de solidaridad y apoyo (Vargas 1998) (Vargas 2019) (Cela 2023) (Matías /Vargas CLACSO 2023)
Estos tejidos sociales son totalmente inclusivos, sin barreras raciales ni de procedencia. En los barrios marginados y en las comunidades conviven familias dominicanas y haitianas desde la interacción municipal y el compadrazgo (Matías /Vargas CLACSO 2023). Las mujeres haitianas desempeñan roles de cuidado y atención a personas adultas mayores, con discapacidad y comienzo de procedencia dominicana y al revés las mujeres dominicanas.
Este tejido social se observa adicionalmente en barrios que se venden mediáticamente como conflictivos, como Friusa, Hoyo de Friusa y los barrios de Veróndonde conviven familias dominicanas y migrantes haitianas, venezolanas, colombianas y de otras nacionalidades. Estudios etnográficos recientes demuestran una efectividad totalmente distinta. Estos barrios tienen el mismo perfil que los barrios urbano-marginales de Santo Domingo y otras provincias con una vida cotidiana intensa y extensa.
La precarización presente en la vida de las familias de sectores pobres de este país tanto en contextos urbano-marginales como rurales es colectiva y las respuestas apuntan a prácticas cooperativas y colectivas.
Esa solidaridad se mezcla en forma ambivalente con el discurso de odio contra la población migrante haitiana que genera expresiones despectivas y racistas alrededor de esta aun cuando existan relaciones vecinales armónicas. La confrontación de esta ambivalencia tiene como respuesta la confusión entre la efectividad vivida y la construida virtualmente.
El fortalecimiento de esta solidaridad presente en la cotidianidad supone contrarrestar el discurso imaginario que desvirtúa y acentúa la ambivalencia debilitando así la cohesión social.