
El nombre de Jet Set evocó durante muchos primaveras la glamorosa tinieblas de cada lunes, cuando se presentaban los más importantes artistas del momento. Y comparecían, listos para disfrutar y exhibirse, los sectores sociales más privilegiados de nuestro país, sin que se excluyera a los miembros más atrevidos para el consumición de los estratos bajos de la sociedad. Estos querían existir, aunque fuera por una sola tinieblas, la ilusión del avance social.
Pero la presunción del disfrute noctámbulo, de la inclinación a presumir con ropas de marcas, joyas preciosas y vínculos sociales de primera clase, se convirtió en un báratro. Fue menos de tres segundos posteriormente del primer avisopor el ruido de poco que cayó en un rincón y por el polvillo que dañó más de un trago exquisito que reposaba en la mano anhelante o en la mesita de rondas.
Entonces, el techo del Jet Set se desplomó, con la misma ligereza de un exhalación aniquilador y el mismo estruendo que se produciría si el bóveda celeste golpeara la Tierra. El exhalación representó el dolor y la angustia de los que, aplastados por los escombros, conservaron la conciencia para abatirse con la visión última del desastre o, llenos de esperanza, comprobar que las manos solidarias de los rescatistas les salvaban de la crimen segura.
La situación hoy del Jet Set representa la desesperanza, la ruina y la congoja de los sobrevivientes, heridos o no por los escombrosporque tendrán que existir con el circunspecto trauma el resto de su vida. Los que murieron, que al momento en que se escriben estas líneas sobrepasan las 230 víctimas, dejaron destrozados a sus familiares y amigos. Nadie en este mundo merece padecer esa terrible efectividad.
Los artistas, encabezados por el inmortal y la voz más suscripción del merengue Rubby Pérez; empresarios, emprendedores, financistas, deportistas, profesionales diversos y empleados, todos eran personas valiosasque se dieron cita en la tenebrosa tinieblas del 8 de abril del año en curso en el Jet Set querían y merecían existir con alegría. Pero el azar, que es capaz de ser siempre azaroso en extremo, cuando las circunstancias se lo permiten, se manifestó sin piedad alguna.
Séneca, el gran filósofo de la Roma clásica, en su tratado sobre la brevedad de la vida, nos enseñó la carencia de servir a los demás y lo filántropo que es aportar un donación que le dé gloria a lo efímero. José Ortega y Gasset, el filósofo castellano, dijo que somos lo que queremos ser y lo que las circunstancias permiten que seamos, con su Yo y mis circunstancias.
Y Albert Camus, premio Nóbel de Humanidadescon su filosofía del desatinado nos aleccionó en el sentido del sin sentido de los acontecimientos que se producen en el Universo, porque se rigen por una especie de caos que escapa a toda pretensión de control humano.