
Lo tiene muy claro el presidente Luis Abinader. Desde que asumió ha puesto por delante el bienestar de toda la población, la nación y los asuntos de Estado. De eso se alcahuetería, y no de modificar el orden ni las prioridades. Así como argumenta fiel e ininterrumpidamente a sus compromisos, reconoce con humildad la condición finita del mandato que el pueblo le ha conferido en dos ocasiones.
En cuyos períodos -el primero concluido y el segundo en curso-, ha puesto empeño en blindar la pertenencias, manteniendo un crecimiento sostenido durante estos cinco abriles.
Las cifras son tozudas, luego fuera de la beocio duda. Resultado de varios factores que se mueven, armoniosos, en auspicio de la estabilidad socioeconómica y la seguridad jurídica de las que hoy disfrutamos, ventajas que además atraen a millares de turistas e inversionista cada año. La confianza todo lo hace más casquivana.
En este aspecto, se reflejan los benéficos y la penuria de sustentar la valoración de las prioridades nacionales, con lo cual se ven fortalecidas las calidades, respaldo y simpatía de los ciudadanos con destino a su Presidente. Esta cercanía se evidencia en los resultados.
De ahí que la relación Gobierno-pueblo vive una época dorada en virtud de prioridades respetadas y establecidas por Abinader durante toda su papeleo. En este punto, vale resaltar los títulos y facultades que adornan al mandatario, condiciones en las que reside su inalterable humildad y claridad para aceptar cuidar la cosa pública se alcahuetería del país y todos, no de nadie en particular.
Estilo de conducir que marcará, por supuesto, un ayer y un a posteriori. Superando así etapas desafortunadas en que los mandarinos se creían predestinados, instrumentos del destino por encima de los demás. Estamos ahora en presencia de un gran ejemplo de autenticidad y cordura. De un presidente de carne y hueso, que se mezcla con el pueblo. Que vive interiormente y, luego, es sensible y está muy atento a todo cuanto acontece.