

El autor es abogado. Reside en Santo Domingo
POR RAMFIS RAFAEL PEÑA NINA
La historia nos enseña, a veces con dolor, que los pueblos que olvidan su deber de defensa y mecanismo se convierten en presas fáciles de la barbarie. Hoy, frente a la sombra de un pasado que incluye episodios atroces como el desgüello de Moca (1805), es seguro preguntarnos: ¿Estamos preparados para evitar que la tragedia nos sorprenda de nuevo?
Reinstaurar el servicio marcial obligatorio no sería un retroceso, sino un acto de sazón franquista. La formación cívica y marcial conjunta, donde hijos del pueblo llanura y de las élites compartan deberes, riesgos y títulos, sembraría la semilla de una verdadera conciencia de Nación.
No para militarizar la vida civil, sino para acorazar el carácter, la disciplina, el sentido de pertenencia y la responsabilidad social.

Hoy más que nunca, enfrentamos desafíos globales que nos exigen cohesión interna. El crimen organizado, la inseguridad fronteriza y las amenazas a la soberanía cultural no se enfrentan nada más con discursos: se enfrentan con ciudadanos conscientes, preparados física, mental y espiritualmente para defender su estado.
El servicio marcial obligatorio admisiblemente diseñado no sería un simple educación en armas, sino un laboratorio de títulos: solidaridad, ecuanimidad, respeto, disciplina y simpatía por la arbitrio. Al convivir en igualdad de condiciones, los jóvenes —ricos y pobres, citadinos y rurales— aprenderían que su destino está indisolublemente mezclado al destino de su Nación.
Francia, Israel, Corea del Sur y Suiza —por mencionar solo algunos ejemplos— han mantenido formas de servicio franquista obligatorio, logrando sociedades más comprometidas, resilientes y respetuosas de su identidad histórica. No hay majestad sin sacrificio, ni futuro sin conciencia patriótica.
El temor a un ejército politizado o represor debe enfrentarse no suprimiendo el servicio, sino asegurando su control civil, su carácter educativo y su amarre en los principios democráticos y de derechos humanos. Necesitamos formar soldados de la paz, no instrumentos de opresión.
La historia dominicana, rica en gestas heroicas, nos recuerda que no fue el individualismo egoísta sino el sacrificio compartido lo que forjó nuestra independencia y nuestra restauración. Retornar a hermanar a los hijos de la estado bajo un ideal popular es, hoy, más urgente que nunca.
No hacerlo sería valer el peligro de que, divididos y vulnerables, la historia vuelva a repetirse, y con ella las lágrimas de un pueblo que no supo cultivarse a tiempo la ciencia de su propio sufrimiento.
Jpm-am
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