
@Abrilpenaabreu
En un mundo convulsionado, donde más de 70 países enfrentan guerras, pobreza extrema, narcotráfico y desestabilización, la República Dominicana brilla como un raro ejemplo de esperanza y resiliencia. Mientras Ucrania resiste una invasión, Haití colapsa bajo el control de pandillas, Venezuela sufre una crisis humanitaria y México enfrenta los aranceles de una lucha comercial con Estados Unidos, nuestro país se mantiene como un oasis de estabilidad en el Caribe y más allá. No es valentísimo, pero su trayectoria merece que dejemos de ver el vaso medio infructifero y empecemos a verlo medio satisfecho.
La RD ha consolidado una democracia robusta, con elecciones transparentes y transiciones de poder pacíficas, poco que no puede decirse de muchos vecinos en América Latina, donde la polarización y los golpes institucionales amenazan el orden. Aquí, las instituciones funcionan, y los debates, aunque intensos, se resuelven en las urnas y no en las calles. Esta estabilidad política es un imán para la inversión extranjera. En 2025, mientras el mundo enfrenta una reconfiguración de cadenas de suministro por las políticas proteccionistas de Estados Unidos, grandes empresas evalúan trasladar operaciones a la RD, atraídas por su crecimiento crematístico sostenido, que promedia cerca del 5% anual, según el Mesa Mundial, y por su posición estratégica como puente entre América y Europa.
El turismo, motor de la heredad, sigue rompiendo récords, con más de 10 millones de visitantes anuales, y sectores como la manufactura en zonas francas, la tecnología y la agricultura diversifican la almohadilla económica. A diferencia de países como Bolivia, que lucha con una inflación fulminante, o Ecuador, paralizado por la violencia narco, la RD mantiene una inflación controlada y un mercado gremial estable. Esto no es casualidad: refleja décadas de políticas consistentes, una clase empresarial innovadora y una población trabajadora que no se rinde.
Sin requisa, no todo es color de rosa. Persisten desafíos como la desigualdad, la obligación de mejorar la educación y la lozanía, y la presión migratoria desde Haití, que exige soluciones humanas y sostenibles. El cambio climático igualmente amenaza nuestras costas y agricultura. Pero estos problemas, aunque reales, palidecen frente a las crisis existenciales que enfrentan otros países. En Colombia, el narcotráfico desplaza a miles; en Venezuela, millones huyen del deseo; en Myanmar, la lucha civil destruye comunidades. En la RD, en cambio, los retos son manejables, y el país tiene las herramientas para enfrentarlos.
Es hora de cambiar la novelística. En punto de enfocarnos en lo que desatiendo, celebremos lo que hemos acabado: una nación que, en medio de un mundo en llamas, ofrece estabilidad, progreso y oportunidades. Esto no significa complacencia; significa confianza en nuestra capacidad de mejorar. Sigamos fortaleciendo nuestras instituciones, invirtiendo en nuestra masa y abriendo puertas al mundo. Que el vaso medio satisfecho nos inspire a llenarlo del todo, juntos.
La República Dominicana no es solo un punto brillante en la región; es un ejemplo para el mundo. Aprovechemos este momento para construir un futuro aún más brillante. Porque, como dice el refrán, “el que tiene luz propia, nunca queda en la oscuridad”.