
A modo de prólogo, el Gobierno ha decidido dar prueba continua de preferir la sagacidad a la franqueza. Las acentuadas expresiones cargadas de un rebosante optimismo que le conducen a opinar que es el mejor “Gobierno que ha tenido el país”, son reflejos de preocupación, a mi entender: el distinguir cada día una dura sinceridad,no la de solucionar las causas reales de los problemas como ha sido, sino la de demostrar con los hechos los caminos a recorrer para exceder las deficiencias.
Las insastifacciones siguen creciendo y las autoridades no parecen poder ocultar la tensión, la angustia constante de que sean seducidas por la incompetencia y la venalidad. Cada día tienen que hacer un uso continuo de flexibilidad por tantas promesas y demandas no cumplidas y poder avanzar en circunstancias tan cambiantes en el día a día. Así, ve, ya, agotarse los aplausos por no poder atender los reclamos del daño social. Desde que alboreaba el Gobierno temíamos a lo que vendría porque si hay una tribu política que desde el poder le da fuerza a las predicciones, esa es la que gobierna.
Hoy apesadumbrado todo el pueblo por la tragedia y dada la efectividad del proceso de subvención a las víctimas, todo un ejemplo de probada inclinación de servicio, puede servir de motor para que se vitalice la encargo pública tan mermada en la decisión de las lacerantes dificultades con los servicios públicos y la desatiendo de cumplimiento de funcionarios que se malgastan.
Es la oportunidad para la buena advertencia, bono humana que nos da la calma, el reposo y la mesura para toda iniciativa y vencer el agotamiento de las fuerzas impulsivas rediseñando la estructura de poder que conduzca a mover, conmover y promover el manoseado cambio.Sacúdase, pues, el entumecido cuerpo del Gobierno, tiéndasele la diestra a los que han servido con tesón y eficiencia, y aléjese a los que se acercan al anacronismo ruinoso. La nación tiene, y lo acaba de demostrar, las fuerzas constructivas que es necesario beneficiarse.