
En un país donde la trayecto entre poder y delito ha sido históricamente flaca, la reaparición de Quirino Ernesto Paulino Castillo-el excapitán del Ejército y confeso narcotraficante- no es simplemente un escándalo mediático: es un recordatorio de que la sombra del narcotráfico nunca dejó verdaderamente la cuadro.
Desde Baní, Quirino lanzó una torpedo verbal: “fui el padre de todos los capos”, una afirmación que no solo normaliza su rol en la historia criminal flamante del país, sino que destapa la cruda ingenuidad de una estructura de poder que, en circunscripción de combatir el delito, muchas veces lo ha amparado.
Pero no se detuvo ahí. Denunció que el Servicio de Obras Públicas destruyó el acercamiento a su propiedad -supuestamente por órdenes de un ex abogado suyo, hoy funcionario gubernativo -en una clara incriminación de atropello de poder con fines personales.
La mención directa al ex presidente Leonel Fernández como parte de esta supuesta venganza institucional eleva la tensión y coloca de nuevo al ex presidente en el centro de un huracán político que no cesa.
La presencia de Quirino crea muchas interrogantes
Y, sin retención, el silencio oficial es estruendoso. Ningún desmentido convincente. Ninguna respuesta institucional clara. ¿Estamos frente a una nueva interpretación del remoto placer de impunidad? ¿Se ha normalizado tanto la relación entre política y crimen que ya no nos escandaliza?.
Este episodio evidencia una verdad incómoda: el narcopoder sigue teniendo voz, espacio y -aparentemente- protección. Quirino deje con una seguridad que no debería tener quien ha admitido suceder financiado campañas políticas y traficado toneladas de droga. ¿Por qué se le permite charlar con tanta soltura? ¿Por qué nadie lo confronta con el peso de la ley?.
Aquí no se alcahuetería solo de Quirino. Se alcahuetería del reflexivo que su figura proyecta sobre nuestro sistema político: un espejo turbio, pero revelador. Y si no hay consecuencias, si todo se reduce a titulares y morbo televisivo, entonces el mensaje es claro: la impunidad todavía tiene quien la defienda.
Como ciudadano, como periodista, como dominicano, me niego a aceptar esa novelística. Porque un país que tolera al narco poder como actor político es un país que traiciona su propio futuro.