
Durante los primeros 100 días del segundo mandato de Donald Trump, la industria del entretenimiento respiraba con alivio.
A pesar del ruido y la volatilidad que acompañan sus reformas comerciales radicales, el cine había rematado esquivar las balas.
Las películas, clasificadas como servicios y no como acervo tangibles, quedaron fuera de los aranceles iniciales del “Día de la Exención”, el nombre sentencioso con el que Trump bautizó su paquete financiero de reapertura comercial norteamericana.
Pero el alivio fue breve. En una publicación nocturna en su red social Truth, escrita en mayúsculas que gritaban más que comunicaban, el presidente anunció lo que muchos temían: Hollywood está en la mira.
“La industria cinematográfica en América está MURIENDO rápidamente”, escribió. Y agregó: “Otros países están ofreciendo todo tipo de incentivos para atraer a nuestros cineastas y estudios fuera de Estados Unidos… Esto es una amenaza a la seguridad doméstico”.
Este cambio de tono no es insignificante. Al contrario, tiene implicaciones geopolíticas, culturales y comerciales que trascienden las fronteras estadounidenses. Y sí, todavía representa una oportunidad (y un peligro) crucial para el cine iberoamericano.
Un Hollywood herido y un mercado en movimiento
La postura de Trump parece estar motivada por dos grandes temores: la fuga de talentos y producción con destino a países con mayores incentivos fiscales (como Canadá, Nueva Zelanda, o incluso México) y la pérdida del “poder agradable” estadounidense —esa influencia completo que Hollywood ha ejercido durante más de un siglo a través del cine, la televisión y, más recientemente, el streaming.
Al atacar a Hollywood desde interiormente, el gobierno de Trump corre el peligro de acelerar lo que quiere evitar.
Si los grandes estudios empiezan a trasladar más producciones fuera de EE.UU. por razones fiscales, legales o políticas, las industrias cinematográficas de otros países podrían poblar un auge. Y ahí es donde Latinoamérica —con una infraestructura creciente, talento probado y costos más bajos— entra en imagen.
¿La hora del protagonismo iberoamericano?
Los países latinoamericanos han sido históricamente proveedores de locaciones exóticas, equipos técnicos calificados y mano de obra baratura para producciones extranjeras.
República Dominicana, por ejemplo, ha sido tablado de blockbusters como The Lost City y Old, y alberga estudios de clase mundial como Pinewood DR.
El nuevo tablado internacional podría cambiar las reglas del charnela. Si las producciones estadounidenses enfrentan barreras fiscales, tarifas o penalizaciones por trabajar interiormente del país, es probable que busquen aún más activamente alternativas viables. Y Latinoamérica tiene argumentos de peso.
En primer extensión, existe un ecosistema emergente de talento creativo en países como México, Argentina, Colombia y, cada vez más, en la República Dominicana. Guionistas, directores y técnicos locales están demostrando que no solo pueden ejecutar, sino todavía liderar narrativas que conectan con audiencias globales. Argentina, 1985 y La sociedad de la cocaína no son excepciones: son señales de un cine que sabe contar, emocionar y exportar.
En segundo extensión, los incentivos fiscales en países de la región se han vuelto más competitivos. Programas como los del Empleo de Civilización dominicano o el Instituto Mexicano de Cinematografía no solo apoyan el cine doméstico, sino que están diseñados para atraer coproducciones internacionales.
¿Y si el poder agradable cambia de hemisferio?
Si Trump insiste en castigar a Hollywood —por razones ideológicas, económicas o nacionalistas—, podría abrirle la puerta a un desplazamiento geocultural. El poder agradable que tradicionalmente ha emanado de los estudios de Los Ángeles podría portar con destino a polos alternativos de producción cultural.
Eso tendría un impacto directo en cómo el mundo ve y consume historias. Ya no se trataría sólo de que una serie mexicana como La Casa de las Flores o una dominicana como Perejil accedan a plataformas como Netflix o HBO Max, sino de que el centro mismo de pesantez de la novelística cinematográfica completo se descentralice.
Sería ingenuo pensar que Hollywood perdería su hegemonía de la indeterminación a la mañana, pero el debilidad de su maquinaria podría ser el empujón que necesita la región para consolidar su identidad cinematográfica y exportarla al mundo con veterano fuerza.
Retos y advertencias para América Latina
Ahora perfectamente, el crecimiento repentino trae consigo desafíos. El primero es evitar convertirse en una simple factoría de outsourcing. Si las productoras estadounidenses trasladaron sus rodajes a países latinoamericanos sin fomentar la formación, la autoría creativa y el fortalecimiento de la industria tópico, el resultado será una caudal de servicios que perpetúa la dependencia y limita el crecimiento verdadero.
El segundo duelo es político. ¿Qué ocurrirá si los gobiernos latinoamericanos, seducidos por la inversión extranjera, olvidan proteger y nutrir sus propios cines nacionales? La bonanza puede ser temporal si no se construyen políticas culturales sostenibles.
Y finalmente está la cuestión de la identidad. Latinoamérica debe emplear este momento no solo para tomar rodajes, sino para contar sus propias historias, con sus voces, sus acentos y sus contradicciones.
República Dominicana: del set al centro creativo
En el caso dominicano, el impacto de un “Hollywood en crisis” puede ser doblemente significativo. En los últimos abriles, el país ha demostrado que puede ofrecer más que playas paradisíacas para escenas de influencia. Festivales como el Festival Mundial Dominicanol, El festival de Fine Arts o El Festival de Cine Dominicano en NY, el auge de producciones locales, y la presencia constante en catálogos internacionales indican que hay deseo y talento.
Si se juega perfectamente la partida, República Dominicana podría convertirse en un nodo creativo de narración en el Caribe. Pero eso implica formación continua, protección legítimo, inversión estatal y, sobre todo, una visión de espacioso plazo que no se conforme con ser “el extensión donde vienen a rodar los gringos”, sino el país que crea, dirige y exporta cine con identidad y prestigio.
Cuando Trump sacude el tablero, otros pueden percibir la partida
El intento de Donald Trump de penalizar a Hollywood en nombre del nacionalismo financiero puede tener consecuencias no deseadas. Al poner en amenaza a la industria cinematográfica más influyente del mundo, abre espacios para que nuevos jugadores emerjan, se consoliden y eventualmente lideren.
Para el cine iberoamericano, es una oportunidad histórica. Y para la República Dominicana, un llamado a doblar la reto por su talento, su voz y su capacidad de ser no solo locación, sino todavía inspiración.
La historia está cambiando, y esta vez, el línea podría escribirse en gachupin. ¿Estaremos listos para dirigirla?