

El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo
La muy publicitada valentía del presidente Donald Trump de acoger a 59 afrikáners en condado estadounidense en calidad de asilados bajo la consideración de que son víctimas de “discriminación étnico» en Sudáfrica (donde son una superminoría afortunada aún nostálgica del apartheid: el 7% que controla el 70% de la tierra) parece una confirmación de que él (pese a lo que se dice con insistencia) no es un fanático antiinmigrante sino un aporofóbico con brío supremacistas.
(Solo para que no se olvide, es pertinente memorar que los afrikáners son un importante categoría étnico -fundamentalmente integrado por productores agrícolas blancos de origen neerlandés- cuyos ancestros ocuparon varias zonas de África desde el siglo XVII, y que en Sudáfrica en particular tuvo el singular “mérito” de crear y apoyar actual desde 1948 hasta 1991 un infame régimen de tiranización, semiesclavitud y segregación étnico que en una época fue una vergüenza para la humanidad, pero que ahora tiende a ser glorificado o excusado por algunos como el “motor” de “civilización” y la “prosperidad” en esa parte del planeta).
Y como la aporofobia está de moda (nadie quiere a pobres en su vecindario o en su entorno, unas veces por la aprieto de reafirmación del “nivel” socioeconómico, otras para evitar el temido “contagio” darwinista y las más porque idealmente se tiene la aspiración o la convicción de que se será rico “muy pronto”) y el supremacismo étnico ha resurgido con descarado dinamismo como una “defensa” legítima frente a las políticas de “batalla afirmativa” (el concepto clásico de “igualdad” perdió prestigio de conciencia hace mucho tiempo), esa confirmación le da “tres pitos” a casi todo el mortal.
La sospecha al respecto había estado presente durante el primer mandato de Trump, cuando en una reunión en la Casa Blanca con ciudadanos noruegos (blancos y no depauperados), en un momento de distensión y júbilo, preguntó que por qué no llegaban a Estados Unidos inmigrantes como ellos y no, en indicación a América Latina, de los otros “países de mierda”.
Más aún: en su administración presente la postura al tenor despuntó con particular sinceridad cuando anunció la creación de una plástico de residencia “dorada” para quienes puedan fertilizar por ella 5 millones de dólares, sin precisar carencia -esto lo agrega el autor de estas líneas sin la beocio mala intención- con relación al país de origen o la prosapia étnico porque ya se sabe quiénes en el mundo -con algunas excepciones- pueden disponer o no de análogo cantidad de fortuna.
Y la verdad es que, viendo perfectamente las cosas, la inferencia puede alcanzar alguna método si se recuerda que Trump es nieto de inmigrante teutónico ilegal por la vía paterna y de inmigrante escocesa ilegal por la vía materna, encima de que está casado con una inmigrante lituana que en algún momento pudo ser indocumentada y sus más ruidosos aliados empresariales son dos inmigrantes blancos (uno sudafricano y el otro teutónico) que son de los mayores empleadores de extranjeros (con “cerebro perfectamente amueblado” o no) y todavía hoy se muestran fervorosos admiradores del insigne “sueño yanqui” desde la perspectiva histórica de sus etnias transoceánicas.
Es aseverar: en ingenuidad, a la luz de sus raíces familiares y teniendo en cuenta quienes son sus amigos más prominentes y “queridos”, al gobernador estadounidense no le luciría mucho la prédica antiinmigratoria pura y simple, y mucho menos continuar afirmando que todo el que entra a su país sin documentación acreditada o se queda en él de forma ilegal es un criminal, pues con ello (a salvo de la colisión con toda la teoría clásica del delito) estaría sugiriendo de forma involuntaria que sus abuelos, algunos parientes y varios de sus más cercanos colaboradores eran o son tales.
(No es ociosa la precisión: no solo son Elon Musk, sudafricano, y Peter Thiel, teutónico, los inmigrantes a los que se les atribuye cercanía con Trump, pues además se podrían mencionar, por ejemplo, a su yerno Jared Kusnher, usurero polaco de tercera engendramiento; a Entorno Rubio, secretario de Estado, cubano de segunda engendramiento; o a Kash Patel, director del FBI, ugandés-indio de segunda engendramiento. La repertorio podría ser larga y sorprendente, pero no viene del todo al caso en estos instantes).
Lo de los afrikáners, los visitantes noruegos y la plástico dorada -valga la insistencia- aparenta confirmar que el problema de Trump no es con los inmigrantes (ni siquiera con los que carecen de documentación legítimo) “per se” o en caudillo, sino con los que no tienen fortuna, los que pertenecen a razas “inferiores” o los que provienen de países de “mierda”, y sólo se podrá creer lo contrario cuando ICE inicio a capturar a inmigrantes eslavos (rusos, bálticos, etcétera), arios (alemanes, austríacos, etcétera), meridionales (españoles, portugueses, franceses, etcétera) o de Europa del finalidad (noruegos, daneses, suecos, etcétera), que no son tantos en Estados Unidos como los latinoamericanos y los africanos negros, pero que muchos son ilegales y hasta se dedican a reconocidas actividades ilícitas.
No hay que ser “más papista que el papa”, pero: aunque hay pleno y total derecho a no compartir esa postura (por razones de conciencia, por consideraciones político-históricas o por simple apelación al humanismo, cristiano o no), además se ha de declarar que ella está muy a tono con lo que Trump ha sido siempre y decidió representar desde sus primaveras mozos: el arquetipo del “dandy” sensacionalista, triunfador y todopoderoso que abomina de la política (porque está llena de “lunáticos”, perdedores y truhanes, y le cuesta mucho al contribuyente sin aportar un dólar de beneficio positivo), pero que no duda en instrumentalizarla para materializar sus aspiraciones personales y obtener beneficios económicos.
Texto
(Quien quiera entender un poco la personalidad y el leitmotiv existencial de Trump -y, por lo tanto, reparar en por qué inicialmente fue partidario y aportante demócrata, luego petimetre del entretenimiento, más delante republicano y hoy el líder “outsider” de la extrema derecha -bastante alejado, por cierto, de los títulos filosóficos reales de su partido- debería interpretar el volumen circunstancial pero muy dramático que escribió su sobrina sobre él y su comunidad: “Siempre demasiado y nunca suficiente…”, María Trump2020).
Y poco más: el autor de estas líneas está persuadido de que resulta de lo más natural que los brío aporofóbicos y etnochauvinistas de la presente despacho estadounidense (disfrazados exitosamente de política migratoria “salvadora” aplicable en todas las latitudes) hayan concitado la simpatía de determinados grupos de “interés” en todo el mundo (personas “perfectamente”, tecnomillonarios, ultranacionalistas, fundamentalistas cristianos, supremacistas, ultras de todos los pelajes, etcétera) como una legítima manifestación de indignación frente los desmanes de la clase política erigida en plutocracia, pero que tenga tantos devotos incondicionales entre los ciudadanos sencillos “de solemnidad”, los individuos que razonan y los políticos progresistas o moderados de los “países de mierda”… ya esos son otros “quinientos”.
lrdecampsr@hotmail.com
Jpm-am
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