Pedro Henríquez Ureña: el sabio que nos advirtió y no lo escuchamos

Por Abril Peña

ElPregoneroRD- Distrito Doméstico.- El 17 de junio de 1946 murió en Buenos Aires Pedro Henríquez Ureña, el dominicano más citado en conferencias, menos docto en escuelas y casi ignorado en los medios.

Su nombre adorna una universidad, algunas bibliotecas y centros culturales, pero ¿quién ha docto efectivamente “El Santo del Cerro” o “La utopía de América”?

¿Quién sabe que fue asesor de la Reforma Universitaria en Argentina? ¿O que fue célebre embajador cultural de la dialecto española en México?

Pedro fue un intelectual orgánico, un crítico de la mediocridad educativa y un defensor de la ecuanimidad a través del conocimiento.

Y sin retención, su país —el que lo vio salir en 1884— sigue sin parecerse a las ideas que él sembró.

Un dominicano que pensó a toda América

Henríquez Ureña no fue un erudito encerrado en un escritorio. Fue un intelectual nómada, pero con raíz firme. Enseñó en universidades de EE. UU., Cuba, México y Argentina.

Defendió el valencia de la civilización hispanoamericana desde adentro, sin imitar a Europa ni subordinarse a Estados Unidos. Para él, la civilización no era ornamento: era resistor, identidad y tesina de nación.

¿Y qué decía Pedro que hoy ignoramos?

Que sin pensamiento crítico, la educación es un simulacro. Que la dialecto es poder: quien no domina su idioma, vive colonizado. Que los pueblos no avanzan con slogans ni con uniformes, sino con conciencia. Que la pedagogía debe enseñar a pensar, no a obedecer.

El fue un fantaseador, pero incluso fue incómodo. Y eso en parte explica por qué lo recordamos con placas, pero no con políticas.

Un sistema que lo honra sin aplicarlo

En un país donde muchos niños aún salen de la escuela sin memorizar estudiar aceptablemente, donde se celebran rankings de inversión en educación sin mirar los resultados, y donde la civilización está estrecha al entretenimiento…

¿No sería urgente retornar a Pedro Henríquez Ureña?

No como estatua. No como torso de mármol. Sino como cicerone. Porque si no sembramos pensamiento, nos seguirán gobernando los que le temen al conocimiento.











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