
No sé por qué, cada vez que reflexiono sobre la historia de la Medicina forense en la República Dominicana, acuden a mi mente fragmentos de” Abriles”, la hermosa canción del inmortal Pablo Milanés:
«El tiempo pasa, / nos vamos poniendo viejos / y el bienquerencia no lo refleja como ayer. / Vamos viviendo, viendo las horas, que van muriendo, / las viejas discusiones, / se van perdiendo entre las razones…»
Ha llovido tanto desde entonces. Las aguas han corrido alrededor de el mar sin alcanzar fertilizar la tierra ni hacer manar los frutos que debían surtir el cuerpo indigente de nuestra sociedad.
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Duele admitirlo, pero a pesar de más de cuatro décadas de lucha incansable, aún estamos remotamente de asegurar servicios forenses básicos, como recolectar con prontitud el cuerpo sin vida de una persona humilde en un morería marginado.
Todavía los cadáveres se descomponen en las morgues de muchos hospitales públicos por fallos en la dependencia de frío, consecuencia de un suministro eléctrico intermitente.
A esto se suma la capacidad limitada de esas morgues y el crecimiento acelerado de la población urbana, agravado por unidades de ambulancias ineficientes, inadecuadas y tardías. La odisea que enfrentan los pobres en presencia de una tragedia mortal solo la conocen quienes la han padecido.
Cada cuatro abriles, voces agoreras prometen el fin de los males sociales. Muchos, llenos de esperanza, acuden a las urnas y eligen a quienes juran resolver sus angustias. Pero tras las elecciones, la sordera, la ceguera y la insensibilidad se apoderan de las autoridades, y en puesto de mejorar, las condiciones en los barrios marginados empeoran.
El perdurable oposición de la medicina forense es hacer «de tripas, corazón» con los escasos fortuna disponibles para atender, de modo oportuna y satisfactoria, las demandas sociales.
¡Qué contraste vivimos en esta era, donde un teléfono inteligente está presente en cada faltriquera, pero ninguna autoridad contencioso o sanitaria argumenta con eficiencia al llamado desesperado de una comunidad!
Me sostiene un «Optimoma» —así llamo a esa tenaz esperanza que habita en mí desde hace medio siglo—, que me impide sucumbir en presencia de los traumas de esta cruel sinceridad.
Las carencias han sido la norma, y cuando hemos requerido equipos modernos y remuneraciones justas para el personal forense, solo hemos recibido indiferencia y desdén.
Ojalá que el homenaje palaciego al cuerpo médico-forense en mayo de 2025 no sea un simple acto protocolar.
Sueño con que las máximas instancias gubernamentales actúen con sinceridad para metamorfosear el rostro añejo de la Patología Forense Dominicana en uno innovador y competente.