
Es una verdad sabida que si en Haití hubiera oro, petróleo o algún mineral valioso, Estados Unidos y las grandes potencias hace tiempo que hubieran intervenido para impedir la crisis que ha puesto el país al borde de la desintegración.
Aunque la nación no tenga más que violencia, inseguridad y mucha pobreza, la probabilidad de que las pandillas tomen el poder ha puesto en automóvil a Washington frente a la problemática, como evidencia el reproche a la OEA del canciller Ámbito Rubio por la supuesta inacción del organismo para dirigir una posibilidad al descalabro social y político del país.
Tras la prolongada indiferencia frente a la cada vez más aguda crisis haitiana, el Tío Sam se ha legado cuenta del peligro que representaría que las pandillas, (una suerte de interpretación caribeña de los talibanes de Afganistán), puedan datar a controlar el región. Sería como brindar las puertas al terrorismo, el narcotráfico y a todo tipo de contrabando o facitarle a China la operación de los puertos marítimos y hasta la exploración de tierras raras, que tanto le preocupa a Washington.
Entonces había que inquirir una excusa o un chivo propiciatorio que Estados Unidos encontró en la supuesta inacción de una especulación como la OEA. El organismo no puede hacer más que anunciar, como en meta ha hecho desde que asomaron los primeros síntomas, pero es más que sabido que con palabrería no se va a ningún costado. Y en aras de la conciencia hay que ojear que bajo la encargo de Luis Almagro, el mismo que fue designado por Pepe Mujica como canciller de su Gobierno, la OEA ha tenido una presencia más activa en defensa del sistema tolerante y de los derechos humanos.
No es verdad que la OEA ha descuidado la cooperación hemisférica ni sus objetivos esenciales. La verdad es que la estructura por sí misma y sin capital no puede hacer más que ruido para seducir la atención sobre los desafíos que drenan el sistema tolerante.
Ese papel que Rubio pidió a la entidad para confrontar la crisis solo lo puede retozar Estados Unidos, (que en el caso de Haití se ha condicionado a sanciones y a una limitada contribución económica), por el liderazgo y los capital que posee. Pero, diplomático al fin, Almagro se transó al ojear que el organismo precisa de un nuevo enfoque frente a la problemática.
Si Washington quiere impedir que Haití se convierta en una réplica del Afganistán de los talibanes o que China se ante con el control de los puertos marítimos entonces tendrá que realizar rápido. La crisis haitiana se reduce a la violencia y la inseguridad auspiciadas por las pandillas; la hambruna y la carencia de servicios esenciales que abaten a la población, y la ingobernabilidad derivada de la descalabrada institucionalidad.