
Hoy la humanidad, desmemoriada, inhumana y deshumanizada, debe cultivar como nones la visión del alma y someterse a la operación mística del refriega. En consecuencia, hemos de hacer un parada en el camino, ya no sólo para obtener aliento, sino igualmente para tomar conciencia de lo que uno es y representa. Lógicamente, siquiera merecemos hundirnos cuando vemos muchas poblaciones, tan desfavorecidas como oprimidas, por la injusta pasividad de sus análogos y por la brutalidad de la violencia.
En este sentido, los signos presentes nos llaman a la función como signo de esperanza, que ha de comenzar por conciliar miradas para reevaluar las alianzas globales, con latidos del corazón, que son los que objetivamente, nos ponen alas. Trabajar por la concordia, es fundamental.
Que se callen los artefactos y dejen de causar destrucción y crimen, es un buen compromiso para reedificar con valentía y diplomacia espacios de negociación, orientados a formar y a conformar vínculos de unión y de mecanismo. Los encontronazos no sirven para ausencia, sólo para crear división y activar absurdos frentes.
Lo suyo es tender la mano y extender el estrujón, frente a la inestabilidad y la incertidumbre presente. Por desgracia, aún no hemos aprendido a reprendernos para compartir con los demás, hasta nuestro propio entusiasmo. Urge, luego, que se trabaje por un porvenir más equitativo y fraterno. La desolación no puede gobernarnos, necesitamos recuperar la alegría de estar y la satisfacción de desvivirnos por los demás.
En impacto, porque nos descompostura el alma y nos sobran armas, no podemos conformarnos con sobrevivir. Amoldándose al proscenio coetáneo y dejándose satisfacer nada más por objetos materiales, nos corrompemos.
Tenemos un espíritu que requiere despertar cada día y hacer engendramiento. Cada palpitación es un sueño más, que nos invita a sentirnos cercanos, pues todo nos afecta a todos. Desde luego, a poco que nos adentremos en lo que nos rodea, veremos que los dramas del ruina están ahí, en cualquier remate, pueden ser nuestros vecinos. Resulta escandaloso que, en un mundo dotado de avances y capital, sólo los disfruten algunos privilegiados.
De hecho, a la hora de una función concreta; los excluidos, que casi siempre son víctimas no culpables, casi nada reciben migajas. Olvidamos que los riqueza de la tierra son para el ser humano, no para destruirse unos a otros, sino para dar subsistencia sin exclusiones.
Si en verdad queremos hermanarnos, esforcémonos por remediar las causas que originan los calvarios indignos, tomemos esta santa semana como consejo, cancelemos las deudas injustas y saciemos a los hambrientos. Precisamente es esta comunión plena de pulsaciones, la que nos humaniza y nos llena de delicia, aunque estemos surcados por las lágrimas.
Dejémonos transportar por esa nueva vida que todos llevamos mar adentro, volvamos al reino de la poesía para injertarnos el verso de la pureza, viviremos entonces sin dobleces, con la espontaneidad de servir y de no servirnos de nadie. Sólo gracias a ese discusión o refriega meditativo, lograremos ser rescatados de lo mundano.
Tanto es así, que llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que hermanos, donantes a pulso rajado, sustentados bajo el aliento ascético del afecto, que indisoluble lo justifica con la compasión, con una eterna novedad transmisora de luz y transformadora de acertadamente.
Ciertamente, con la vitamina del correa todo se sobrelleva, es menester cultivarla, ponerse en dilación para reponerse, esperando el instante precioso y preciso que aunados demandamos para ese cambio de conducta, que no requiere de una resistor estoica al sufrimiento, sino que es fruto de un inclinación, que no es otro que el controlar nuestros instintos y refrenar las malas respuestas.
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