EL AUTOR es abogado. Reside en Santo Domingo.

Fernando Arturo de Meriño Ramírez nació en los primeros días del año 1833 en un caserío del sitio Antoncí, entonces en el interior de la mando de Boyá y ahora parte del municipio de Yamasá. Pasó a la historia dominicana como uno de los hombres más sobresalientes.

Fue un orador cimero en tres escalones: lo intocable, lo político y lo patriótico. Cada estancia oratoria de su ejecución demuestra su inteligencia y el coraje que tenía para indisponer situaciones difíciles en la convulsa etapa de la vida doméstico que le tocó conducirse. Gracias a esa singularidad propia de él llegó a ser jerarca de la iglesia católica del país y a vivir por dos abriles la presidencia de la República.

Meriño igualmente fue escritor, historiador y geógrafo, lo cual se explica porque como escribió en el 2012 el eminente sacerdote jesuita e historiador José Luis Sáez, en su obra Retratos de medio cuerpo: “La Iglesia ha cuidado o quizás sólo tolerado que sus miembros sigan una u otra carrera, y por eso hay literatos, geógrafos, botánicos, meteorólogos, y por qué no, pintores y escultores”.

Talante creativo

En su condición de orador hay consenso en el micromundo cultural dominicano que ni antaño ni luego nadie ha superado, ni desde el púlpito ni desde la tribuna política, su talante creativo para usar metáforas o sostener verdades de forma directa. Sobran las opiniones con relación al dominio que tuvo Meriño sobre el arte de la retórica. Se puede sostener sin exagerar que fue un digno seguidor de su creador, el sabio ateniense Demóstenes.

A él como orador fue dirigido el posterior párrafo: «La maravilla mantenida y el consenso militar coloca a Fernando Arturo de Meriño (1833-1906) en la más incorporación cima de la oratoria dominicana. Miltrado Metropolitano, su robusto era la oratoria sagrada, pero como político activo, encaró, con valentía impar, situaciones difíciles en las que siempre mostró gran responsabilidad.»(Historia de la Civilización Dominicana. Editora Amigo del Hogar 2016. p802. Mariano Lebrón Saviñón).

Otro autor dominicano lo definió así: «Fernando Arturo de Meriño es el tipo de orador auténtico, del hombre verdaderamente entusiasmado por la rapto del verbo…Las mejores oraciones de Monseñor de Meriño no son, como podría pensarse, las que compuso como orador intocable, sino las que pronunció cuando intervino en las disputas políticas…»(Los Próceres Escritores. Obras Selectas, tomo I. Editora Corripio, 2006. Pp 229-243. Joaquín Balaguer).

Sexualidad

Su condición de portador de un sobrecuello y otras indumentarias sacerdotales no le impidieron a Meriño cultivar con asiduidad su sexualidad, pues “en presencia de todo era un hombre”. Eso que los psicólogos denominan hipersexualidad tuvo en él (con su vehemente cuerpo cubierto por una sotana) a un gran pauta.

Fue insigne por su cortesía con muchas damas que le correspondieron sus requiebros amorosos. Tuvo en eso más suerte que varios personajes del Decamerón del italiano Giovanni Boccaccio o de algunos de los que aparecen en las Novelas ejemplares del gachupin Miguel de Cervantes. Prueba al canto: Varios fueron sus hijos. No llevaron su patronímico, pero obviamente cargaban sus genes. Muchos de sus descendientes han hecho grandes aportes a la civilización, la medicina, las ciencias, las trivio y las artes del país.

Esa ingenuidad motivó que un historiador y crítico culto dominicano escribiera al respecto que “…el Meriño intelectual escribiendo hubiera sido de desear verle con la elevación del Meriño hombre”. (De las Literatura Dominicanas. Editorial más detención, 1996.p.27. Rufino Martínez).

Fue organizado diácono el día 27 de junio de 1855. Diez meses luego (24 de abril de 1856), con 23 abriles de vida, fue consagrado sacerdote por el metropolitano Tomás de Portes e Infante. Era el camino que lo llevaría a colocar sobre su individuo el solideo arzobispal y a sostener con manos firmes el ayuda con el cual evitó muchos entuertos de la vida pública dominicana.

A posteriori de ascender diversos niveles en su ocupación hierático, incluyendo a partir de 1867 la Rectoría del Seminario Conciliar Santo Tomás de Aquino, tomó posesión el 21 de junio de 1884 como administrador católico de la entonces única Arquidiócesis de la República Dominicana.

Al año posterior, el 3 de julio de 1885, el papa Valiente XIII (muy mencionado en estos días) lo nombró metropolitano metropolitano de Santo Domingo. Mantuvo el palio arzobispal (recibido el 13 de septiembre de 1885) hasta su crimen, ocurrida el 20 de agosto de 1906. Fue sucedido en ese detención cargo religioso por monseñor Adolfo Alejandro Nouel Bobadilla, que tomó posesión de la “apero primada” el 15 de marzo de 1907.

Durante las dos décadas que dirigió la Iglesia católica dominicana afianzó no sólo sus elevados niveles de orador religioso, sino que se mantuvo como un vigía de su rebaño y, adicionalmente, fue participante en decisiones trascendentales del país político. Hizo ambas cosas con su personalidad de hombre robusto y con la impronta de la fuerza recatado que siempre lo caracterizó.

Jpm-am