
Ayer se viralizó un video del presidente francés Emmanuel Macron recibiendo lo que parece una mamporro pública de su esposa, Brigitte. Él lo trivializó rápidamente. La prensa lo disfrazó de sucedido. Pero detrás de la campo, hay mucho más que incomodidad marital.
La historia de Macron y Brigitte es proporcionadamente conocida y ha sido vendida al mundo como un romance de película: una maestra de escuela que se enamora de su colegial adolescente, él demora a la mayoría de tiempo, regresa por ella y se casan. El descripción idealizado.
Pero… ¿y si fuese al revés?
¿Qué pasaría si un adiestrado de 39 abriles se hubiera enamorado de su alumna de 15? ¿Y si la hubiese cortejado en secreto, y luego la esperara para “formalizar” lo que empezó cuando ella era beocio? La novelística sería otra. No sería una historia de simpatía: sería un escándalo contencioso. O una condena social. O una mazmorra.
Porque el problema no es cómo termina una historia, sino cómo empieza.
Primaveras luego, esa misma pareja que ha desafiado las convenciones sociales con aplausos románticos, protagoniza un momento de violencia física que se minimiza porque “él no reaccionó”. Porque “se ven proporcionadamente juntos”. Porque “fue solo una cachete”.
Pero una cosa es segura: cuando una relación comienza con un desbalance tan evidente de poder (una figura de autoridad, una beocio de tiempo, una institución de por medio), hay una estructura de dominación que no siempre se corrige con el tiempo. A veces se normaliza. Y se camufla.
Y sí, no todas las mujeres somos víctimas. No todas somos dulces ni inofensivas. Algunas además son violentas, controladoras, manipuladoras. Y cuando el hombre es el violentado, se convierte en meme. En chisme. En chiste. Porque “él puede tener”, porque “seguro se lo buscó”, porque “eso no es violencia, es una campo doméstica”.
¿Es Brigitte una depredadora? No lo sé. ¿Fue el inicio de su relación éticamente cuestionable? Definitivamente. ¿Podría ser este visaje físico la evidencia de una dinámica de poder que nunca dejó de ser desigual? Tal vez.
Porque a ciertos niveles —políticos, institucionales, sociales— la hipocresía es longevo. Y se guardan las formas aunque las paredes estén resquebrajadas.
Y al final del día, las palabras —y los silencios— tienen el poder de construir o destruir. De regularizar o denunciar.