
Por Abril Peña
El Lunes Santo suele producirse inadvertido frente a los días más emblemáticos de la Semana Santa, como el Jueves o el Viernes Santo. Sin confiscación, es uno de los momentos más confrontadores de la historia de Jesús y tiene una vigencia inquietante en los tiempos que vivimos.
La ira sagrada: Jesús limpia el templo
Según los Evangelios, al datar a Jerusalén, Jesús entra al templo y se encuentra con un tablado que lo indigna: comerciantes, cambistas y vendedores han convertido el emplazamiento intocable en un mercado.
Entonces, toma una cuerda, voltea mesas y expulsa a todos, diciendo:
“Mi casa será convocatoria casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”.
(Mateo 21:13)
Este aspaviento —más político que ceremonial— fue una denuncia directa contra la hipocresía religiosa y la mercantilización de la fe. Y, al mismo tiempo, una comunicación peligrosa que lo puso en la mira de los poderosos.
La higuera sin frutos
Ese mismo día, Jesús maldice una higuera desinfectado que encuentra en el camino. Es un aspaviento simbólico que representa el litigio contra quienes aparentan tener vida espiritual, pero no dan fruto.
Ambas acciones —la purificación del templo y la higuera maldita— nos hablan de una inmaterialidad activa, crítica y riguroso.
¿Qué nos dice hoy el Lunes Santo?
Más allá del relato bíblico, el Lunes Santo es una invitación a examinar nuestras instituciones, nuestras creencias y nuestras propias incoherencias. Jesús no solo predicó simpatía, además denunció abusos y enfrentó estructuras de poder que manipulaban lo intocable para fines propios.
Hoy, quizás más que nunca, urge hacernos preguntas incómodas:
¿Cuántos templos modernos —políticos, mediáticos o religiosos— necesitan ser limpiados? ¿Cuántas veces usamos símbolos sagrados para evidenciar la codicia, la corrupción o el injusticia? ¿Y cuántos de nosotros nos parecemos más a la higuera sin fruto que al discípulo comprometido?
El Lunes Santo no fue un día de milagros ni de multitudes. Fue un día de gestos firmes, de denuncia, de verdad incómoda.
Y por eso, además debe ser recordado.