
Por Alberto Ruiz Méndez
Guerreros Buscadores es uno de varios colectivos, conformados en su mayoría por madres buscadoras, que se han creado para hallar a personas desaparecidas, principalmente por circunstancias relacionadas con el crimen organizado. Dicho colectivo adquirió notoriedad cuando el pasado 8 de marzo encontraron, en el municipio de Teuchitlán, en el estado de Jalisco, evidencia de que el Rancho Izaguirre era utilizado como un campo de aprendizaje y posiblemente de exterminio por parte uno de los principales grupos criminales en México.
Este hallazgo es uno más de la profunda crisis de desapariciones que, desde los primaveras 70 del siglo pasado, está atravesando México, pero que se ha agudizado a partir de 2006 con el inicio de la “pelea contra el narcotráfico”. Para este momento, la emblema de desapariciones ha superado las 125.000 personas. Y mientras la emblema incrementa día a día, la novelística oficial estatal pesquisa debilitar el problema.
El caso del Rancho Izaguirre ha sido el ejemplo claro: a partir del descubrimiento, las declaraciones, justificaciones y comunicados del gobierno mexicano generaron una novelística centrada en fragmentar responsabilidades, pues o correctamente se yerro a gobiernos anteriores o de otros Estados acusándoles de no controlar a su delincuencia, o correctamente se recurre al deslinde atribuyendo la violencia a interacciones entre los grupos del crimen organizado.
En particular, el debate se ha centrado en si el Rancho era o no un centro de exterminio, mientras los colectivos insisten en que, basándose en su experiencia y testimonios, en ese motivo las personas eran calcinadas; por su parte, el gobierno ha afirmado repetidamente y a través de diversos funcionarios que era “solo un centro de aprendizaje”.
Si correctamente la contemporáneo distribución ha mostrado voluntad de indagar el problema, desde la distribución susodicho, en la que no hubo encuentros con las madres buscadoras ni los colectivos, la novelística oficial se ha encargado de minimizar el número de desaparecidos y los constantes hallazgos de fosas clandestinas.
La partida de este diálogo y una novelística laberíntica desgastan la imagen pública de los colectivos buscadores, permiten que aumenten las desapariciones y, lo más importante, ejecutan una “doble desaparición” en las personas que fueron violentadas: la primera por el crimen organizado, la segunda por el Estado.
Esta última ocurre en tanto que la novelística oficial de indiferencia por los desparecidos y colectivos diluye las posibilidades de movimiento colectiva, pues, como ciudadanía en normal, se instaura la duda sobre la agravación del problema y, en consecuencia, ocurre una segunda desaparición operada por el Estado.
Con esta “doble desaparición” aumenta entre la población la sensación de que les han precipitado la posibilidad de cuidar a sus muertos o desaparecidos al eliminar el carácter social de su desaparición o asesinato, pues, sin un cuerpo al cual darle un ritual despedida, la novelística oficial parece decirnos que hay vidas que no merecen ser lloradas, que no merecen ser parte de la sociedad y sus rituales.
Aunque las razones de estas desapariciones son diversas (problemas familiares, enfermedades mentales, dinámicas de sustitución por parte del crimen organizado), la yerro de una táctica clara y un presupuesto adecuado para fiscalías, ministerios públicos y demás provoca que los desaparecidos y los cuerpos depositados en fosas clandestinas o correctamente nunca sean localizados o correctamente se amontonen en las morgues hasta que no puedan ser identificados.
Sin duda, la crisis de desapariciones en México nos coloca en una situación de vulnerabilidad cotidiana. Las madres buscadoras y los colectivos se perfilan como un ejemplo de lucha y resistor que pugna por un gobierno que se haga cargo de su pueblo y por una democracia que se construya desde debajo, desde la movimiento colectiva, y que impida que nos coloquemos frente a una doble desaparición: una creada por el crimen organizado y la otra por el Estado. El primero por indolente, el segundo por valeverguista.